22.3.07

Vida al aire libre sin mosquitos

Cuando extraño el mar, es probable que la ciudad se me esté volviendo un muro irreductible que contiene descansos y retiene líquidos y sales; el sueño no concilia con vigilias y el planeta que sostiene lo que soy gira en direcciones encriptadas.
Entonces cierro la vista, trato de olfatear aquellos viernes y puedo saborearlos en cada párvula molécula de repaso.

Cuando añoro la primavera, tal vez sea por los huesos que se helaron por el desleal invierno que quedó reemplazando a la vergüenza, la crueldad y la miseria de tu ojo, engañero, ¿a dónde vas?
Allí es que intento reabrir ventanas, convertirlas en un rezo, en adoración de flores amarillas como esas que no vemos cuando crecen pero están abulbadas bajo tierra, esperando.

Cuándo quiero irme, es posible que el motivo sean gestos que me oprimen coordenadas y me asfixian las razones hasta hacerme el cerebro a cuadraditos como escamas de serpiente.
Entonces busco tu mirada de mar, nene mío, y solo me salva hundirme en tus aguas transparentes para emerger a salvo y curada de traiciones; sólo basta el enojo de tu amor, la insolencia, la chapuza prepotente-omnipotente de tu reto amotinado.

Cuando la angustia se apodera del insomnio y el vacío se hace un hueco olor a caca porque todo me lastima, se me alargan los caminos del encuentro y no puedo galoparle a los guiños que se queman, naftalinas sin polillas y sin lanas.
Allí es que te miro, nena mía, la más linda de las flores y le esnifo a tu cuerpo que estrena femeninos, cada una de las primaveras que puedan abrazarme y salvarme del diluye tan frecuente, malhumor, malacostumbre.

archivado en: momento criollitas (categoría chafada impunemente a Pablo)