5.5.09

Apoplejía

Estoy mirando esta pared como si fuera ayer y mis cuarenta y cinco redondeles diarios me avisan que antes, esta pared era de otro color.
De todos modos, miro con ojos demorados —o eso intento—, la memoria es como un reflejo en la ventanilla de un tren de alta velocidad. No muestra árboles ni casas. Afuera todo muere, cae.
Sigo mirando aunque no vea más que pequeñas partículas inoxidables, vientos que dejaron entrever algo y cerraron sus manos apretando lo que había.
Lo que había.
Porque había algo
Más que algo, digo: había cosas, casas, árboles que no caían, trenes desde donde hacíamos muecas o disimulábamos el cruce de miradas.
Por ahora, dos píldoras ayudan a aliviar el dolor.

Suena una canción que dice: Porque no sé pedir, a quién, ni dónde. Si al menos no fueras tan soberbio y te mostraras humano y razonable, yo te creería hasta la mentira más absurda

Si hay que recorrer tantos kilómetros, si todo es lejano o no es, como cuando ves barcos pasar y estás en una avenida sin sol. En un océano ennegrecido que de pronto da luz a una ola que lo hace resplandecer de gozo.
Veo ayer. Esta pared me dice que hoy, mañana son la misma estúpida terquedad, permanencia, inevitable destino.
Siempre sola, aunque no.
Como un holograma que descansa en la cama, encadenado a un muelle ilusorio, mi mundo es tóxico y leve. Pese a todo he construido un nido de algodones donde descansar de paredes, trenes que me miran, que miro, aquí, con cuarenta y cinco redondeces y algunas flores de invierno que resisten.

Y la canción continúa: Una lágrima se consume lenta sobre las mejillas de un ángel ateo. ¿Es sangre eso que enfría las arterias?

archivado en: fan de Cumbio