9.3.14

Panerítico

El hombre es hijo de un dios muerto
Leopoldo María Panero


En el largo y húmedo pasillo del mundo se oyen los quejidos de las parturientas que esperan la hora de decirle adiós a la plomada, calamidad galopante bajo vientre, murmullos como ramas de una hoguera interminable de traiciones.

Dios no las ha visto jamás, hace caso omiso a semejante aberración, su poder es tan limitado que no tiene más remedio que retirarse dejando atrás de las columnas unos cuantos clavos de subasta, corona de espinas de cotillón, inocencia en una fe crecida en lupanares, cuatro o cinco salmos. Oraciones, cantidad necesaria como para que jamás alcancen ante tal batallón de ánimas caídas.

Pero lo que más estremece son aquellas sombras sonámbulas convulsionadas por los destinatarios de visiones fantásticas, el exceso de fármacos y demasiados ritos iniciáticos para una sola vida.

Suena una canción que dice: a cada paso te pierdo, a cada paso te busco, a cada paso tambalean mis andamios, pobre niño, pobre niño...

Disecadas en vida, las escaras del mundo aquí se hacen evidentes. No es de extrañar que nadie venga de visita. Las últimas miserias se desguazan, rompen fuentes y en el suelo crecen cardos que serán los futuros monarcas del lugar, cuando no haya más posibilidad que la renuncia, cuando la última enfermera huya de espanto, agitando su rosario de cicuta.

En círculo cerrado de televisión se filman cada una de las escenas: existe dentro de la caja una criatura sobrenatural que fuerza a padecer un estado impasible de crisis, como si un taladro hiciera miles de agujeros por donde hacer entrar rayos de luz y, sin embargo, la mayor parte de las veces, detrás de esa apariencia encantadora sólo hay cruces, duelos permanentes y un bandoneón que quema las entrañas.

El largo y lúgubre pasillo del mundo se rige por lo visible, todos saben del espanto y sus taxonomías, de cielos que se desploman, de ciudades devastadas y la salvaje anatomía del dolor. Las sacudidas de la muerte están allí, siempre al alcance de cualquiera.

Suena una canción que dice: no llegarás a retorcerme el nervio, soy una devota del azar y de los ángeles, pobres ángeles, pobres ángeles.

La tierra, en contraste con los hombres, sigue siendo muy hermosa.

archivado en: efecinco