16.5.12

Sobre lo que hay en las orillas


Y contame de todo lo que como vos, se derrumbó.
Pequeña Orquesta Reincidentes

Miguitas de olvido se amontonan en las grietas que el tiempo talló en la mesa.

La madera corroída, expuesta a la creciente oscuridad de la noche, tapiada por una crueldad minuciosa, ofensa ignorante, imposibilidad —o lo que no se quiere— de tensar el arco y dejar que la flecha salga y se encienda en los espíritus empachados de bordes desparejos.

Te lloré una noche en la que dejé a un costado las dos manos que llevaba de repuesto, porque dos eran poca cosa para abrazar el gran misterio que abandonamos en la banquina de la ruta de un país que no era el nuestro.

Restos fósiles de un mechón de pelo se esparcen como hilos porfiados que dibujan bucle, tirabuzón, enredan el índice de un juego anterior al sueño, la osadía. Resorte si acaso al oírte tan breve voz diga, indique una señal que le haga ruido musical a la tripa, se lea en ella un sí con brillo de diamante y núcleo solar. Abrigo de días congelados, paz para el desastre natural, el cataclismo del silencio cognitivo, impostado.

Va a salir, ya va a salir. Falta práctica, irá emergiendo de su centro y se instalará, la llaga se hará un callo y despertaremos con otro conocimiento, un nuevo escudo, aunque el frío siga astillando el hueso de la memoria, lo perfore, le haga trenzas, lo condene a este vuelo permanente de sin alas, de sin cielos, errabundo.

Tenía no una vida sino varias por ser tuya porque una no abarcaba la inmensidad de los deseos, intentos blanco y negro que desiertos se quedaron en la torpe elegía de un pie solo —sólo uno— que alcanzó para quedar atornillada en una espera sin sorpresas.

Miguitas de olvido permanecen intactas en la mesa, en los zócalos.
En la caja plástica de uno de mis discos preferidos.

archivado en: del azúcar y el parmesano