20.8.04

Esta barra bullanguera

Y llegará el día en que estaremos enlazados, unos a otros como chorizos. En la fila te cruzarás con un bengalí o con algún repositor de mercaderías que te observará con insistencia. Creerás que es por alguna anomalía en tu vestir pero, al cabo, descubrirás que hay un gran amor en ciernes.

Nada de lo que digas podrá ser utilizado en tu contra y, si por alguna incomprensible razón, lo que pienses tuviera o tuviese relación con ello, entonces, por propiedad transitiva, la regla se aplicará a todo tipo de ensoñaciones y/o argucias mentales.

El tema en cuestión es casi una cruzada inaugurada por Irene que, basada en conceptos de igualdad y justicia, por medio de este acto se sublima.

Nuestro padre nos aloja con amor, acomoda la casita para que en ella nos encontremos a gusto, nos deja poner nuestros propios decorados, cuadros, fotografías; permite que invitemos amigos, organicemos ágapes y asados.
Nuestro padre nos comprende y sólo pide a cambio un insignificable gesto de cariño y agradecimiento.
Se queda en un rinconcito y se trae el sommier mágico que, además es bastante lindo y nos permitirá relacionarnos con ciudadanos de otras latitudes, nos enseñará exóticos idiomas y nos permitirá hermanarnos para lograr ese mundo pacífico que todos anhelamos.

Es por ello que, les pido, no me maten la barrita. Dejense de hacerse los criollos bananas y demuestrenle al mundo, por una vez aunque sea, que los argentinos podemos hablar bajito, no salivar en los andenes y preocuparnos por cosas más importantes, como por ejemplo, pedirle a papá que, ya que está nos regale una mejora que nos permita acomodar los cajones en forma automática y que las bombachas te queden con las bombachas y las medias con las medias.

He aquí mi fundamentación. No me vengan con que saque la barrita de navegación. No me maten la barrita, por favor.