7.3.04

Nuevo polimerizador para el doraje de píldora

Simple. Tres o cuatro mohínes, dos o tres palabras amables y agachás el lomo, te lo dejás sobar bien y después que te adobaron con todos los cilantros, perifolios y clavos de olores, al horno. Pim, pam, pum
Hay máquinas que también lo hacen pero el efecto no es el mismo. Duele menos porque las máquinas no mienten. Te muestran desde el principio, en el manual de instrucciones, que no se puede pretender de ellas más de lo que ofrecen.

Yo vivía cerca del mar. Le tenía miedo al agua. Recuerdo olas enormes que me arrastraron cuando era poco más que una pulga. Recuerdo olas que me hicieron tragar agua salada, olas enorme que hoy veo diminutas.

Es sencillo. Te ponen en el gril, sos un pollo al spiedo. Girás agarradito al fleje como si eso fuese a salvarte del limón, de la sal, del cuchillo.

Sabés que todo es una historia irreal. Nada de esto tiene sentido, es un disparate intentar atrapar guanacos sin que te escupan. Nada se puede hacer. No sos dueña de ninguna de las habichuelas mágicas. No hay prefacios que expliquen este aletargamiento de catálogo.

Hoy debiera estar en algún otro planeta. No en Mercurio, sino en un planeta amarillo donde suene Nick Cave y no se escuche la grisásea monotonía del calor.

Abrir la ventana y ventilar un poco. Nada hay tan entristecedor como el sonido del ventilador.

Ahora todo es como piedras que no son micas. Hay demasiados sitios a donde ir, pero ninguno donde las amenazas se cumplan.
Odio este lugar, aunque él no tenga la culpa de las bolsas descosidas y los relojes muertos.

Yo creía. Me emocionaba y creía. El mundo del tango me corrompió de tal manera que sólo puedo transmitir bandoneones.
Nada hay nada más entristecedor que el sonido de un bandoneón.

Cuando era chica vivía cerca del mar.
Cuando sea vieja haré lo que todos los viejos.
Duele menos si son máquinas. Las máquinas no mienten.