4.6.03

El crímen perfecto

A la Señora de Nosocomio Fernández le robaron el rulero de la toca.
Enseguida sospechó de la chica de la limpieza, probabilidad bastante frecuente porque, es sabido que las chicas de la limpieza son quienes roban cosas, además de romper vasos y platos y otros utensilios pertenecientes a la vajilla de los hogares o, incluso, si se trata de las chicas de la limpieza de los hoteles, de dichos establecimientos también, sólo que allí lo que se roban son jabones, cofias de baño y cepillos de dientes descartables de esos que adentro tienen dentífrico de gusto raro.
Pero algo no le cerraba a la Señora de Nosocomio Fernández. Fundamentalmente, el hecho de que ella no contaba con servicio doméstico. Entonces decidió contratar una sirvienta.
Entre cuatro postulantes, eligió a la que tenía el cabello más enrulado y le cobraba menos.
Al segundo día de tenerla trabajando con ella, notó que la chica de la limpieza tenía sus bucles un poco más deshechos. Siguió observándola con atención y, según pasaban los días, la muchacha fue presentando una cabellera cada vez más lacia, hasta que finalmente, la señora de Nosocomio Fernández no tuvo duda alguna: la chica de la limpieza le había robado el rulero de la toca. Inmediatamente llamó a la policía y, al cabo de ocho horas llegaron a su domicilio cuatro agentes uniformados y uno de civil. Este último, Pichi Gómez, era conocido por resolver los casos más difíciles y enseguida ordenó allanar el dormitorio de la chica de la limpieza, que en realidad no era un dormitorio, sino una pileta de natación en desuso, que ella había decorado amorosamente con pósters de Julio Iglesias y Sabú.
Los cuatro agentes uniformados buscaron el rulero infructuosamente; en cambio encontraron anillos de rubíes, collares de diamantes, relojes Rolex de oro, 2 kg de cocaína sin cortar, y una valija con medio millón de dólares. Pero como ése no era el tema
por el cual los habían convocado, acomodaron todo, y se fueron, no sin antes hacer firmar un acta donde la Señora de Nosocomio Fernández levantaba la denuncia sobre la chica de la limpieza y prometía no volver a molestarlos por pavadas.
La mujer estaba realmente indignada, nada salía según la lógica imperante en su cabeza y el rulero no aparecía.
Increpó a la chica de la limpieza, mientras ésta cocinaba un arroz con estofado, intentó sacarle información, de mentira a verdad, haciendo preguntas capciosas como, por ejemplo
si entre sus ancestros había alguna persona de origen africano, a lo que ella contestaba que no, que ellos eran todos paraguayos, mientras le ponía sal al guiso y revolvía para que el arroz no se pegue.
La señora de Nosocomio Fernández decidió entonces contratar a un detective privado, que disfrazado de jardinero no perdería pisada que la chica de la limpieza diese.
Gari Olman, el seudo jardinero, al ver a la chica de la limpieza, sintió unas raras palpitaciones, comenzó a sudar y a secretar más mucosidad de la habitual. Se limpió la nariz y supo que se había enamorado de ella. Renunció al contrato y le propuso matrimonio.
La muchacha dudó porque no lo conocía lo suficiente, pero, a los dos días aceptó.
Cuando se despidió de la señora de Nosocomio Fernández, ésta pudo ver, por la hendija del bolso de la muchacha, que estaba semiabierto, un objeto plástico, cilíndrico, cuadriculado y de color rosado, muy parecido a su rulero de la toca. Pero no hizo nada por recuperarlo. Abatida, se sentó en su sofá preferido y prendió el televisor.