17.2.03

A veces me pregunto a dónde está el límite de la falta de orgullo. ¿Será que es uno o dos. Hay o no hay, no hay medias tintas y el orgullo es casi lo único que nos mueve a seguir con un poco de dignidad.
Cuando no lo hay, todo va en declive hacia lo más profundo del pozo y luego todo se detiene en un punto en el que se mezclan las sensaciones hasta desaparecer.
No hay límite. Siempre es posible caer más bajo. Nunca se toca el fondo.
Cuando creemos que no puede haber nada peor que esto, descubrimos que aferrándonos a unas pocas pequeñas migajas que nos tiran, ascendemos un peldaño.
Y así es siempre, invariablemente.