24.3.12

Zapping lejano con río y ojos turcos


El dolor de espalda y de cabeza se rearma mientras pienso y oigo la televisión que está encendida en la cocina. O es el cigarrillo. O es que hoy el río no tenía nada de especial, excepto él.
Él y el cielo.

— ¿Podés imaginar, verte ahí dentro? —le pregunté. Y se quedó mirando un tiempo que me pareció largísimo, tratando de verse hasta que le dije:

—Yo sí, yo puedo entrar y salir cuando quiero.

Ahora Juan Alberto Badía recita Imagine sobre el fondo de un flaquito que canta la canción y lleva anteojos estilo Lennon. Es crónica tv y Badía está viejo. Pero insiste. Badía insiste y yo recuerdo que hace un siglo dormía con él bajo mi almohada. Y hoy está viejo. Estamos viejos.

El chico me preguntó:

— ¿Que es lo que hay en el suelo cuando entrás al cielo?

—Es como espuma.

—Me imaginé hielo.

—Hielo hay en esa zona —dije y señalé las nubes oscuras—, en esta que te decía hace calor, son las luminosas, ahí es donde hay que estar.

Apenas podía sostenerle la mirada. Ojos turcos. Y me moría porque me besara.

—Dale despacio porque pega —avisó él y yo le di despacio.

Y pegaba, sí, cómo pegaba.

Hay unas mujeres que discuten. Son vedettes o algo así, también hay unas chicas de esas que bailan en los programas de cumbia con polleritas amarillas ínfimas y unos culos impresionantes. Están llorando en un programa de chimentos. Eso creo es lo que está sucediendo en la pantalla de la cocina.

En otro momento de mi vida (hace poco, muy poco), lo habría besado sin pensar en consecuencias, creyendo que hacer lo que uno quiere en lo que respecta a besos está bien. Arremetiendo.
Pero debo adaptarme a mi nueva situación de persona adulta. Y eso hago aunque me aburra bastante.

Cantaba boleros, me dijo: —ahora te toca a vos.

Y yo le canté “Por ti contaría la arena del mar” —escuchaba mi voz como si fuera un pensamiento, desde adentro, como aquel ícaro que creí cantar a dúo con el chamán—

Definitivamente, es el pucho, tengo que dejarlo y cómo cuesta. Y también el río que hoy no tenía nada de especial. Excepto él.
Y el cielo.
Están pasando un documental de animales que sobreviven en el desierto. Ahora hay una familia de castores o algo así. Comen unas plantas transparentes que parecen extraterrestres. Y hacen acopio de bellotas.

Pegaba fuerte. Me sentía un poco perdida y como recién nos conocíamos no tenía la intención de ser tan yo, revelarle en diez minutos todos mis secretos, aunque creo que ya conocía por lo menos la mitad.

—Te escuché llorar la otra noche.

—El mío es un llanto universal —le dije y se rió.

Era lindo. Ojos turcos. Una criatura, carajo. Y yo quería que me bese. Saqué cuentas: podría ser su madre. Perfectamente.
Puta madre.

Hay una muchacha embarrada que baila una canción de Shakira, creo que es un viejo programa de Tinelli o uno de esos.

Era lindo y tenía una sonrisa linda y una boca linda que yo deseaba probar. Pero le hablaba en forma maternal. Una criatura. Me trajo un regalo. El río se puso más gris y empezó a hacer frío. Cantaba boleros: “Procuro olvidarte siguiendo la ruta de un pájaro herido”. El cielo se caía.
El agua se caía.
La tierra se caía.

Se escuchan las risas de los chicos desde la cocina. Ven una película de terror clase B y me llaman. Y yo estoy tan triste hoy.
Era una criatura. Maldita suerte haber crecido tanto y no poder volver, no poder nunca más. No poder ser tan yo. Y haberlo besado y que no hubiese importado nada en especial. Excepto él. 

Pegaba fuerte. Sí que pegaba.