18.6.08

Rulos vectorizados por la coyuntura

Primero son Bernhard Schlink y la niña de la lagartija los que no me dejan dormir. También el frío, el dolor en los pies y dos pensamientos recurrentes que se hablan y se contestan.
Uno dice: ¿cómo es posible que no? El otro explica que sí, que es posible.
Aunque no sea justo desde el punto de vista del pensamiento individualista, ese monoambiente, no muy luminoso, contrafrente, de expensas altísimas.
Por eso el otro, en lugar de aliviarme con una mentirita me bate la justa.
Lo que puede interpretarse como dos cosas: auto flagelo o simple sinceridad.

La última vez que miré el reloj eran las cinco menos cuarto y el cuadro de la niña de la lagartija se consumía en llamas.
Para contrarrestar el frío.
Hace falta una estufa en esta habitación y un poco de discreción por parte de la gente que camina por la vereda junto a la ventana hablando de secretos. Cada retazo de conversaciones podrían hacer una historia. De ahí el cuaderno en la mesa de luz. Anoto párrafos inconexos, frases de otros que jamás llegan a nada.
Entonces prefiero el silencio. No siempre, pero sí ahora. Se supone que tengo que dormir y estoy cerca de la hora en que debiera despertar.

Otro cigarrillo y dibujos con luz de bracita en lo oscuro. La tristeza que dan algunas certezas: es posible que no.
Tampoco es que sea tan importante. En realidad nada lo es.
Desde que intento no rodearme de obreros de ansiedad, esta serenidad me resulta aburrida. Pero es mejor.
Lo repito tres veces: es mejor, es mejor, es mejor.
Mantra-estribillo que al fin cierra mis ojos y abre las puertas de un sueño:


En escala de grises o sepia, alguien me dice por teléfono: —leí tu cuento y acá estoy viendo la bombachita que te voy a regalar.
—¿Me la compraste? —pregunto yo
—No, la estoy viendo en un afiche de la calle.


Despierto pensando que, sin duda alguna, ese alguien es mi amigo, quién jamás me regalará la bombachita ni leerá el cuento.

El cuadro de la niña con la lagartija todavía está quemándose. Creo que ya no necesito una estufa. Creo que a esta habitación le hace falta música.
Y un mínimo de orden.
Me prometo comenzar algo.
Son las seis de la tarde y todavía no sé qué.

archivado en: qué lindos aquellos días de la portátil bajo la almohada y la beatlemanía.