14.6.08

No le deseo felicidad a ningún padre

De todas las cosas que implican el acto de vivir hay algunas que son particularmente complejas.
Respirar, por ejemplo.
Si bien es un proceso involuntario y automático, y a vos te puede parecer una pelotudez insignificante (¡total el aire es gratis!), detrás del proceso respiratorio hay un complicado mecanismo que se pone en marcha. Empieza cuando inspirás aire por la nariz calentándolo y humedeciéndolo para que penetre en la faringe, siga por la laringe y continúe por la tráquea que, más o menos a esta altura, no va y se divide en dos partes que se llaman bronquios, que a su vez vuelven a dividirse en secundarios, terciarios y así hasta llegar a una cantidad como de doscientos cincuenta mil bronquiolos que son como fideos finitos que parecen al pedo pero para algo están.
Y esto no es todo, porque al final de los bronquiolos hay como trescientos millones de alvéolos que son como bolsitas que almacenan el aire para el intercambio de gases con la sangre. Pero acá no termina el asunto porque, encima de todo, esto se hace por fases que se realizan gracias a la acción muscular del diafragma y de los músculos intercostales que además son controlados por el centro respiratorio del bulbo raquídeo. Es decir, que cada más o menos unos cuatro segundos (si sos una persona tranqui) para respirar intervienen montones de cachos de vos mismo, además de los pulmones, claro está. La caja torácica, el diafragma y las costillas hacen también lo suyo.
Así que imaginate lo enmarañadas que resultarán otras cosas de la vida como por ejemplo: leer, comprar un terrenito en Mar de Las Pampas, enamorarse, comer un sánguche, entender una película de David Lynch, asesinar a alguien, tener mascotas, viajar en el San Martín, etc.
Por este tipo de pensamientos es que la mayor parte de las veces considero que la vida en lugar de costar tanto, debiera ser un trabajo bien remunerado.


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