14.9.06

Las chicas de Velázquez no eran muy majas que digamos

En los días del empapelado amarillo, de los monstruos desencantados, los incendios y las insurrecciones del miedo, las batallas absurdas y la orden de inmovilidad para que el líquido permaneciera amniótico en el lugar donde era útil, adonde se lo necesitaba; en esos días, él ahí, y sus cuadernitos con candados minúsculos, ahí, con gesto de todavía, con beso urgente y la paciencia, el lado flaco de la vida: forever flaco, "siempre te voy a querer, seas como seas, estés como estés, aunque midas 200 kilos, aunque el piso se te llene de ojeras, aunque y a pesar de tu maldad, de tu garúa sola y triste, a pesar de tu marido y de tu condición gatuna: te voy a querer... siempre serás en mí"
En la pared que ahora ondula y donde habitan escenas que estamos dispuestos a repetir una y otra vez, conviven arañas, pensamientos derretidos, recuerdos enteros y rotos, sueños pendientes de pago, cadáveres de cuadros impunes, chales coloridos, fotografías delgadísimas, guitarra partida y la bestia que solemos ser cuando las paredes ondulan; en estas paredes, ahora mismo, la varita mágica me toca con el ejército de ángeles que me guardaron de la más atroz calamidad, del sentimiento endeble y de sus consecuencias, del tránsito, el mareo, las voces de las ansias y el esperpento acuoso como un marley, acá está él, nuevamente, con su voz tan aresística, prometiendo, prometiendo, prometiendo.

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