6.10.03

Fábula urticante y desaforada.

Había una vez un escuerzo al que el hachis le hacía supurar un oído.
Un tucán boliviano le recomendaba tisanas ramazottis porque opinaba que la verdadera trascendencia sólo podía encontrarse en las cosas simples, tales como las lentejas o las obsidianas que tan bien le hacen a la poesía romántica. El caso es que en toda historia que se precie de seudo-abismal, hay un personaje del tipo 'heroico', por llamarlo de algún modo, que siempre atina cuando se lo precisa.
Nuestro personaje es el pollo. El pollo que quería trascender en un mundo despiadado donde los mitangrip, las mitocondrias y los mitómanos te comen las cuencas de los ojos y te dejan el corazón picado fino. Como Asís (no San Francisco sino el otro, el payaso de bigotito) que escribió un libro que así se llamaba, recuerdo porque estaba en casa, ahí sobre la mesa de luz de mi hermanastro.
Pollo que, según trascendidos, terminó zampado por la inescrupulosa mandibula de un fotógrafo o un agrimensor o un Francisco Canaro encerrado en su jaula dorada a la hoja en Italia e imaginada por una sirena anclada en la Laguna de Chascomús. Imaginada en sueños.
Volviendo al tema. Lo que quería explicar es que, a fin de cuentas no se hace más que hablar de lo mismo. Todos lo hacemos. Hablamos, hablamos, hablamos compulsivamente todo el tiempo. De lo mismo. Tres o cuatro temas: factor climático, política, gastronomía y glándulas.
No hay nada nuevo bajo el sol. Ni un solo espejismo que nos devuelva la ingenuidad. Y estoy cansada. Muy muy cansada de andar tornasolando horizontes que están lejos, que son rectilíneos y que, la verdad es que sí, la tierra es cuadrada y todo se cae, se cae, se cae.

MORALEJA: Hay que estudiar quiché. Leer el Popol Vú en su idioma original. Aprender gramática y reorganizar todos estos esquemas vetustos que tan mal le hacen al fútbol y aledaños.
Y libretas. Hay que hacer libretas. Pero ¡YA!