28.9.03

El pomo en la almena y la princesa que quería vascolet

En una tranquila campiña francesa de Fuerte Apache, vivía un horticultor que tenía una hija yonqui a la que le gustaba tocar la guitarra criolla. Su madre, que era una mujer severa y bastante jaeputa, contrató a Cacho Tirao para que la niña perfeccionara su técnica que, francamente era lamentable.
La muchacha, llamada Britney, en realidad no quería profesores sino alguien a quien amar. Por tal razón, a Cacho lo despreciaba, le hacía burlas crueles y lo incitaba sexualmente para luego dejarlo afeitado y sin visita.
En aquella campiña, una tarde de verano en que hacia un calor que te cagas y los pajaritos caian muertos del cielo por la sed y el uso indiscriminado de aerosoles que afectan il buco de ozono, hizo su irrupción un circo, cuya estrella principal era Leo García, el hombre balín. Personaje muy reconocido en el ambiente de la Rue Santa Fé y la Pueyrredón y la reserva ecológica de Toulouse, artista de variedades que tenía un don especial: cantaba con el culo.
Britney, al ver al artista brincando en un video de Emtivi, supo que su corazón ya no podría pertenecer nunca jamás a nadie más que a él y se embarcó en el último bondi a Finisterre en busca de la consumación de todos los deseos acumulados durante años, porque, entre otros defectos notables, Britney era más fea que las estampas de hamburguesas, bananas y gaseosas que decoran el Panchounpeso de Ciudadela.
Leo no quiso siquiera recibirla. Pero, tal vez guiado por un cierto espíritu misericordioso heredado de quien sabe cuál de los García, sintió pena por la muchacha y le envió, por intermedio de su fiel albacea Santo Biasatti, uno de sus discos y entradas para cuatro personas para la función matiné del sábado del circo.
Britney era una chica de determinación, obstinada, rayando lo insoportable y se propuso no parar hasta lograr sus anhelos amatorios, así tuviese que utilizar las argucias más viles.
El sábado revendió las tres entradas sobrantes y se compró unas pastillitas de la hiperactividad y una docena de medialunas del abuelo para el viaje.
Cuando llegó al circo, Leo ya iba por su segundo tema de los tres que tenía. "Reirme más, reirme mas, yo solo quiero, reirme más, mi amor, reirme más, yo quiero, reirme más" sonaba a toda potencia en los bafles.
Britney bailaba como una posesa sobre uno de ellos, sin darse cuenta que entre la multitud que hacía pogo ahí nomás, se encontraba Cacho que estaba tirao en el suelo y lo estaban pisoteando sin piedad.
Leo seguía en sus trece. "Reirme más, reirme más..." y el show era una verdadera porquería insufrible.
Pero el amor de Britney crecía conforme al efecto alucinatorio de las píldoras y al resabio dispépsico de las medialunas. Y tanto, tanto llegó a crecer que logró materializarse en una especie de vaho espeso que inundó la sala y contaminó a todos los concurrentes produciendoles el tristemente célebre efecto "reirme más".
Las carcajadas del público fermentaban a una velocidad vertiginosa en la peligrosa mixtura con los acordes musicales del artista que seguía bailando, riendo, cantando y exhibiendo su trasero con obscenidad, hasta que al fin, la presión de aquella masa gaseosa que flotaba en el ambiente cedió a la gran explosión de alegría que se cargó, en pocos minutos con la vida de toda esa manga de pelotudos y otros que alli estaban sólo por esa cuestión de grupo de pertenecia que tan mal le hace a algunos seres inseguros y de personalidad débil.

Al día siguiente, de entre semejante cantidad de despojos de sonrisa boba y azul, uno de los bomberos, rescató la guitarra que el cuerpo de Cacho abrazaba, la gorrita blanca de Leo, la corbata de Santo Biasatti y dos mediaslunas casi petrificadas que Britney había guardado para convidarle a su amor.
Las mediaslunas se las dio a un mendigo. El resto de los objetos los vendió en un anticuario de Saint Pier Telmo y con el dinero que obtuvo, pagó un remisse que lo dejó en su casa. Ese día llegó temprano.