5.4.03

Ascenso social


Matildo vivía dentro de una heladera. Pero no una heladera cualquiera, sino una Siam de esas que tienen una manija que al accionarse hacia abajo abre la puerta.
Por eso, como no era ningún tonto, tuvo la precaución de, antes de instalarse allí, invertir la puerta, es decir que la parte de afuera estuviese hacia adentro y, de ese modo, poder entrar y salir cuando le diese la gana. Claro que, cuando salía tenía que dejar la puerta de la heladera abierta y a merced de ladrones, pero era un riesgo que debía correr ya que de otro modo no podría volver a entrar nunca más con la consecuente desgracia de ser un tipo sin hogar ni futuro. Y si algo le preocupaba realmente a Matildo era sentirse seguro en cuanto a su proyección de una vida con las necesidades básicas satisfechas.
No es fácil sentirse a salvo cuando el mundo está lleno de seres inescrupulosos que sólo pretenden la acumulación de riquezas a expensas de gente honrada como Matildo.
Una vez, al regresar encontró que le faltaban tres huevos de la media docena que tenía. Los buscó por todas partes, en la crispera de la carne, en el congelador, en el cajón de las verduras. Pero no hubo caso, los huevos no aparecieron. Comenzó a dudar de un vecino que vivía dentro de una cocina y decidió vigilar sus movimientos día y noche.
Tan concentrado en esa tarea estuvo, que olvido comer e incluso dormir y, al cabo de un tiempo terminó internado en una enorme alacena y a punto de morir.
Fue allí donde conoció a una mujer de vida ligera, tan ligera que en poco tiempo había alcanzado los 98 años. Así y todo a Matildo hubo algo que lo fascinó de tal manera que no pudo dejar de pensar en ella ni por un momento y decidió proponerle, al salir de su convalecencia, un concubinato con contrato de desalojo en caso que alguna de las partes no estuviese conforme.
Ella aceptó de inmediato, ya que vivía dentro de un lavarropas que era un tanto pequeño y además tenía problemas con la función de centrifugado.
Dichos problemas consistían en que el lavarropa, que no era un lavarropas cualquiera sino un Dream automático de última generación, tan automático era, que andaba cuando se le daba la gana, por la noche, las mañanas o las tardes. Y Carlota, que así se llamaba la mujer de vida ligera de la que Matildo se enamoró perdidamente, estaba cansada de girar y girar y muy contenta, se fue a vivir a la Siam, llevando por todo equipaje, medio kilo de manzanas deliciosas, 100 gs. de salame y una reproducción del cuadro de Van Gogh de los girasoles.
Vivieron juntos y felices durante un año, hasta que ella se murió a la edad de 128, ligera, así como llegó.
Matildo cayó en una profunda depresión que le ocasionó también una crisis de manía persecutoria y hemorroides que curaba con baños de malva y dieta rigurosa.
Adalberto, que asi era el nombre del vecino que vivía en la cocina, en realidad no era mal tipo. Pero tenía un vicio de los más graves: coleccionaba gorriones a los que pintaba con témperas de diferentes colores simulando otras variedades de pájaros. Esta actividad le llevaba la mayor parte del tiempo y demasiados problemas. Teniendo en cuenta que todos ellos estaban encerrados en el horno para que no escaparan, la alimentación de Adalberto consistía únicamente en productos frescos y, de vez en cuando alguno cocinado a hornalla. Fue así que un día, al ingerir unos repollos, que en realidad eran lechugas pintadas con materiales altamente tóxicos, que simulaban repollos; se agarró una diarrea que le provocó la muerte inmediata.
Los pájaros murieron también. Pero, en este caso, algunos por los efectos nocivos de los pigmentos sintéticos en sus plumajes, otros de viejos y otros por tristeza.
Matildo, que era una persona de bien, se encargó del sepelio de su vecino, limpió escrupulosamente la cocina y la anexó a su heladera y al lavarropas que había heredado de su difunta concubina, derribando las paredes laterales de cada uno de los de ellos y se compró una Pentium 5 con acceso a Internet gratuito.
Hoy tiene un loft y muchos amigos que viven en microondas, frezzers y licuadoras de sitios lejanos con los que se conecta mediante correo electrónico intercambiando experiencias de vida y se siente muy feliz.