23.9.12

Necrópolis

¿Qué le dio al pequeño dios del centro gris, del abismo?
Luis Alberto Spinetta

Para llegar hasta la lápida, lo mejor que podemos hacer es contar baldosas. Sabemos que son cuarenta y nueve hacia la zona escalonada y luego hay que girar hacia la derecha unas treinta más.

Entre tanto, nos detenemos en el sector de las tumbas de los niños. Juguetes demoledores. Placas de tormento que se lucen impúdicas como si lo sombrío, la ilusión hecha basura, la injusticia, el desencanto fueran algo que naturalmente se expone como puta de la calle.

Le cuento del velorio del angelito, de lo que se siente cuando la cajita es blanca y cabe en ella algo que se salvó de ser persona. O adulto, cosa que no es necesariamente lo mismo, pero a esta altura nos da igual.

Con esta música no se puede vivir, pensamos. O lo pienso yo solamente. Da igual: el deseo de que el otro sea un duplicado de la propia miseria es poderoso. Por eso es lo mismo. Por eso la proyección de pretensiones es una inutilidad.

¿Serías capaz de hacerme un favorcito sin considerar que te estoy mintiendo, haciendo de cuenta que es algo lógico y absolutamente necesario para malcriar cadáveres que se fueron sin la oportunidad de equivocarse a gusto?

Decime que sí, con un gesto tuyo, ahora, creo que podríamos salvarnos del mediocre aburrimiento de esta paz. Y entender, como si de pronto un brillo de esos que siempre están cerca y no vemos, nos exorcizase con sus dones. Entender. Para que los otros también comprendan que lo inevitable no acepta ningún tipo de soborno. No resiste análisis.

Con esta música no se puede vivir. Lo sabemos (o lo sé yo) porque las pruebas están ante nuestra vista, pies, manos, la tierra y los árboles que parecen acostumbrados al silencio y temen al aullido plañidero del viento.

Eso que se ve al fondo parece una montaña de ropa, sin embargo, yo que estuve allí algunas veces, puedo asegurarte que lo sensato es no acercarse demasiado. Hay almas que no encuentran sitio que les resulte cómodo, ya no pertenecen a nada específico y se reúnen unas sobre otras representando un espectáculo engañoso.

Con esta música no se puede vivir. Está claro que no es la primera ni será la última vez en que un acorde a destiempo aniquile la mejor de las sinfonías.
Desde aquí es seductor, pero no dejaremos que nos atrapen. Nos van a consumir las ganas en minutos.

Fijate, si vamos hacia allí entraremos en la parcela de la soledad más desatenta. No hay carteles que indiquen el peligro.
Mejor sigamos por la derecha. Unas treinta baldosas y ya podemos sentarnos a hacer el picnic de lágrimas y rezos inventados para la ocasión.

Con esta música no se puede vivir. Estoy completamente segura (no sé si vos también, aunque me gustaría) de que muchos de los que aquí abajo están, habrán pensado lo mismo.
Si fuera posible, juro que la reinventaría. Y la melodía sonaría exacta ilimitada; este lugar de pronto sería algo más amigable y no estaría de más ir acostumbrándose a la idea de que seremos unos más entre tantos huesos. Casi igual que ahora, sólo que en ninguna parte.

Quisiera que tu alma y la mía hagan caso omiso al deambular embole perpetuo y encuentren un lugar confortable donde el no suceder ya nunca, sea tolerable, donde no haya que preocuparse por músicas ni desamores ni recuerdos ni educación hipócrita ni buenas formas ni antidepresivos.

Donde ya no se vea nada y el lamento sea tan dulce como no sentir.

archivado en: qué calor hará sin vos, en verano