18.2.12

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Mirar y seguir siempre
inocente igual, igual.

Juan P. Fernández

Encerrados.
La piel araña de los ojos parpadea un beso enorme que es anuncio de otra nada pero se convierte en aluvión intenso, algo emparentado a las fuerzas naturales, como incendio, derrumbe, devastación, para luego buscar, entre las ruinas, un paisaje calmo de astillas tercas que se resisten a clavarse entre muchos, separados por un cristal helado.

Encerrados.
Nadie le dará asilo a un corazón que se esconde en artificios bajo sábanas tan frías como orgasmos silenciosos. Como en jaulas, como si cada uno de nosotros estuviera dentro de una caja narcótica con juguetes de aquellos que quedaron perdidos en algún resquicio de un desván olvidado. Entreteniendo las horas, disimulando el miedo.

Encerrados.
Nada renovará la luz si el diamante es bijouterie barata, si entregarse es demasiado precio cuando gastás sogas de cariño en galopes convulsivos, en virtuales mensajes que manotean hilos de donde agarrarse para amanecer una leve sonrisa, desinflada gracia en la certeza del estar instalados en el núcleo de algo falible, a punto de explotar.

Encerrados.
Fastidiosos, histéricos, tan maravillosos, como hermanos, como si nos importáramos, mostrando la capa más superfluamente humana. ¿Querés ser mi amigo? Seamos amigos. Intocables en el aburrimiento y las libertinas formas de los pliegues que se ocultan en almohadas que no se conocen, en números que no se saben, en brújulas sin norte.

Encerrados.

archivado en: siempre nos quedará Güerrín