Usted se encuentra (obsérveme bien) para su felicidad y para mi infelicidad, ante el mayor espeleólogo de la depresión: ocho mil metros de profundidad oceánica de la tristeza, negrura de aguas gelatinosas sin vida salvo algún que otro repugnante monstruo sublunar con antenas, y todo esto sin batiscafo, sin escafandra, sin oxígeno, lo que significa, obviamente, que agonizo
Antonio Lobo Antunes
Antonio Lobo Antunes
Y no es así, sólo hay un par de fantasías, y todo, absolutamente todo lo demás es intemperie.
Como una maceta donde quedaron los tronquitos de una albahaca que dejaste se secara.
El exceso es una cosa corriente, reconocida y ya habitual. Excepto cuando arde demasiado y la profusión te avisa que pares, te grita que hay remolinos, arenas movedizas, que tengas cuidado.
A mí me fascinan las arenas movedizas.
La asfixia lenta, la caída leve y tortuosa. La agonía, siempre y cuando no la cague el héroe de turno que con un palito te saca fácilmente. Y hay que seguir, no hay más remedio porque la vida es así. Exactamente así.
Como arenas movedizas.
Hagamos una cosa: te doy todo el mal ejemplo que te sea necesario para que sepas dónde no tenés que pisar. Te pongo toda mi arena encima y te incito a que vengas, te sumerjas en la ilusión de mi inframundo.
O mejor no hagamos nada.
Quedémonos sentados viendo la decrepitud del universo.
archivado en: cargos del período adeudado