4.10.07

Una historia de la vida misma

En las diásporas tangas de Paco Tronchado vivía una jabuga que, por así inducirlo y, a blonda mal e imprenta, era más felpa que la minga. Pero, como una esposa no quita lo opa, lo cortina no quita lo valija y acá lo tengo al elfo que no me deja montar, vea: la jabuga era una perversa de gran caracú.

Medio mazo medía (el caracú, no así la jabuga, que era de estatua merval) y esto no lo provocaba ninguna mitosis ni arcadia, sino una cuestión de glandor que podría encuartarse intro la lámpara de fenoftaleina que es considerada normarae porque no puede explanarse mediantres metástasis entre ríos.
Digamos, entonces, que el caracú le andaba flemático. Le diastolaba y sistoleaba parco y hacía todo lo que un caracú debe hacer para cumplir con las nurias esteparias. Osías, latar, bombar la suegra que después va para acá y para allá y por todo el cuerno.
Pero, decir que anda flemático, no acata que prescriba algún tipo de selenidad medio chota. Porque el caracú le ocupaba demasiada especia y algunas veces le arruinaba el cemento más presidente, ese cemento que espetaba con ancianidad temorosa.
Claro, esto puede parecer terrícola pero, en realeza, no lo es tonto.

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