23.11.03

Homilía

Tenía una obligación para con mis fieles. Debía brindar mi homilía dominical pero olvidé la bic y todas las anotaciones que con ella había realizado en mi libreta artesanal.
Tenía una obligación y no pude cumplirla. Mis fieles ya no podrán confiar en mí de ahora en más. Mis fieles serán infieles, serán mis Judas, serán quienes se encarguen de cremar mis tachos de pinturas, mis anaqueles oxidados, mis alondras malvestidas.
No hay que prometer. Hay que realizar. Perón o Muerte.

La pringosidad se condensa en las zonas rugosas del cerebro. En esta de acá un poco más. Y es tremendo porque es del lado derecho, el lado de la actitud creadora, de los sueños y la invención de dispositivos que te aseguren un confort venidero.
Parece que del suelo afloran alimañas verdes. Son pastos que equivocaron la textura, se han hecho viscosos, son como gelatinas de kiwis, como mocos recién elaborados por una pituitaria joven y lozana.

¡Lozana en las alturas!
Oremos todos tomados de las extremidades inferiores, trenzando pierna derecha con izquierda, anudando dedos, coreografiando este absurdo escenario sin luces, ni tortas de crema, ni sombras chinezcas.

El Señor es mi Pastor. Yo soy su oveja Dolly, su Real Doll, su barbi feria, su muñequita brava. El Señor es mi tutor, el encargado de que no desvíe mi camino cuando voy para barrio norte. Que no lo desvíe y me vaya a Ranelagh, que no lo desvíe y me atropelle una caravana de mutantes, de insectos que te zumban, zumba que zumba, tralalá...

Estoy sola en la ruta de mi destino, sin el amparo de tu mirar. Adoro los días en que el estómago se perforaba tan fácilmente. ¿Quién nos manda el autolímite?
¿Quién nos manda aceptar tanta memez? En un tiempo impío, de pecadores inflagelables, en un mundo sórdido de canciones huecas, ¿quién nos manda ser el roto del descosido?
Estoy parada en una normalidad inaceptable.
No deseo casi nada.

Nos manda el Señor. El Señor es mi pastor alemán. El Señor me muerde la yugular, brotan de ahí chorros de manteca rancia, puré de frutillas, batidos de gancia.
Es muy fácil perforar un estómago. Adoro los días en que un palillero de mesa podía ser fuente de inspiración. Adoro que esté ahí y permanezca mudo. Como el teléfono, como el último cigarro de un atado intrascendente. Como todo lo que no lleva a ninguna parte.

¿Existen los lugares? Estoy escalando un gran paredón adonde no se puede dibujar ni una línea. ¿Existe algún lugar? ¿Hay alguna parte en dónde la cabeza sumergida resista las verdades, dónde las respiraciones no sean necesarias?
Sí, se me vienen a la mente ataúdes. Allí no hace falta respirar. Eso es lo que se dice nuevamente "hacerse bien de abajo" Es el único fondo, porque de allí no se sale ni muerto.

El Señor es mi Jaco Pastorius. Mi Brian Eno, mi sal de frutas.

He cumplido. Es esta la homilía dominical que prometí a mis fieles.
Me he salvado de las llamas eternas. Es demasiado fácil perforar un estómago. Con una ostia basta. O con un vermú. En el fondo es lo mismo. Uno se acostumbra a todo. Incluso a vivir.