7.9.13

Instrucciones para armar este puzzle

Desde dientes de leche, laberintos que va trazando el miedo y ojos que chorrean incredulidad, avanzo tambaleante hacia un parquímetro que sólo sostiene negociados y traba las monedas.
No hay devolución, no hay, no, no la hay.

—¿Cuáles son tus miedos?

Me meto en mí, salgo del mundo exterior. Puedo vencer el pico de incertidumbre. Así es como funciona. La compulsión al servicio de la ansiedad. Concentración, enfrascarse en una sola cosa. Única, que nada más exista excepto la pretensión de salir alguna vez del pensamiento obsesivo.

—Miedo a lo real.

La ilusión devenida en piedra de brea y materiales de demolición: ecología de catálogo, adorno en la bibliotequita donde están mis favoritos, los libros de amigos, las piedras de mica y un portarretrato donde la abuela y mis hermanos, mamá y yo éramos gente que estaba toda viva.

—Miedo a la disolución.
—Miedo al fracaso.

Y un muñeco monstruoso con piel azul y una trompa parecida a la de un dibujo animado del que ahora el nombre no me sale.
También un autito de penélope y un mapamundi de cristal berreta que me regalaron una tarde de hace tanto tiempo que ahora el número no sé.

—Miedo al olvido.

Estas lágrimas no son hormonales ni están corrompidas con alcohol.
Estas son mis lágrimas.
Leo. Cualquier libro que leo me retrotrae a algún recuerdo. Aunque nada tenga que ver con mi historia.
Pero el tono, la angustia, la opresión del narrador me provocan sentimientos parecidos.
Entonces leo y lloro.
Estas son mis lágrimas.

—Miedo al apego al sufrimiento.
—Miedo al egocentrismo.

Por la mañana el dolor tremendo de garganta, el pecho cerrado. Y la tristeza que dan algunas certezas: el amor es algo hermoso que uno (solo) inventa para poder tolerarse, para poder perdonarse, para sentirse noble. Tampoco es que sea tan importante. En realidad nada lo es, en el balance, me río más de lo que lloro. Ambas cosas arrugan, pero a esta altura es lo normal. Que me presten atención. Aprender a devolverla.

—Miedo al desamor.

Después de amanecer las pieles y cuando todavía quedan montones de sueños que inventar —un hueco inmenso entre paréntesis—, nos vamos y la eternidad se derrite ante mis ojos: sólo quedan puertas entreabiertas al misterio. Y me quedan demasiadas palabras latiéndome en los dedos.

—Miedo a los finales.

archivado en: la noche de los zombies