3.4.12

DSM IV: la increíble historia de Claribel y su tío Horacio

Es como una mueca de estupor. La garganta que se cierra, algo de taquicardia unas veces, otras una inmovilidad como de estatua, un silencio de crecida. Pero siempre el alerta. Los ojos cerrados percibiendo, imaginando qué clase de show macabro se está montando afuera, en la oscuridad.

Algo que no es real, no, no puede serlo, sin embargo están todas esas marcas, los sonidos, las palabras retorcidas como torniquete que en lugar de cortar la hemorragia la asfixia, la interpretación inequívoca del significado de la cinta del revés, la excusa donde poner las tristezas, las culpas, la baja autoestima, la maldición materna y sus sonajeros de pastillas de colores, un ojo, muchos ojos, todos los ojos mirando la vida de costado.

Y papá. Lo que papá hizo. Lo que papá no hizo. Lo que no hizo y no hará porque está muerto y hay uno menos a quién reprocharle tu miseria.

En el conjunto de factores el núcleo es el miedo, desde allí parten como lanzados desde agujas hipodérmicas el resto de los malos tragos: desconcierto, huída, y dónde ir ahora que ya cerraste la puerta, ahora que todo es lejos y gastado, ahora que no se sabe quién es el que va a clavarte el próximo cuchillo.

¿Será tu madre? ¿Tu hermano? ¿El portero de la oficina? ¿Tu amiga del alma? ¿El cajero del supermercado? ¿La simpática florista que seguramente, entre los ramos esconde víboras venenosas? ¿La mujer almibarada a la que le escuchaste te amo cientos de veces hasta el hartazgo? ¿Será tu perro (ese tan fiel) el que morderá tu mano?

Los médicos dicen de trastorno delirante, algo que tu mente imagina: tu novio acostándose con odaliscas, vaquillonas orientales, vírgenes de call centers, travestis de flequillo, alzando sus faldas pre-cocidas, marcadas apenas para cuando se les pida el plato principal.

Espero que sepan disculparme. Esto que acabo de escribir antes es real. Sucedió. Sucede siempre. No hubo mala fe. Jamás la hubo. Ni siquiera cuando te acostaste con un pibe en tu cama matrimonial y no tuviste corazón para lavar las sábanas. Ni siquiera cuando te fuiste sin más explicación que el silencio, dejando allí paredes que chorreaban el rojo de la traición y de la fábula.

Me voy de tema. Pero es que pasan cosas que no comprendo. Intentan hacerme creer que no es para tanto, que ya va a pasar, que el tiempo, que hay unos trucos infalibles para superar estos estados de desorientación lúcida: "leete este libro, gordi, te va a ayudar. Buscá en el capítulo 7, la parte que dice..."

Tu hija o tu hermana, da lo mismo, te dice que lo que vos sabés está detrás de la cortina es el reflejo de hojas de árboles que se mueven porque afuera hay viento, que si salieras un poco de acá adentro lo sabrías, pero claro, no podés, las piernas te pesan. Y te pesa el culo. Y te pesa la vida. El ánimo te pesa. Ella no entiende nada. Ella jamás sabrá que lo que hay detrás de la cortina es un alacrán que en cuanto te duermas va a picarte y el veneno se transformará en un fantasma que correrá por tu sangre permanentemente, al acecho. Como una enfermedad infecto contagiosa.

Pasan cosas feas, papá. A la noche se celebran orgías satánicas en el altillo. Aunque me tape la cabeza con la sábana, aunque ponga la radio debajo de la almohada yo escucho, es una melodía de tambores, una voz que no es de este mundo y los gritos y las risas y los llantos. Yo escucho. Creo que si hay tormenta voy a morir de terror. Dejame la luz del pasillo prendida, papá, por favor.

Las agujas disparan más perturbaciones: obsesión compulsiva. Los médicos lo llaman síntoma de trastorno de ansiedad. Suena bien a la hora de presentarse: "Hola, mi nombre es Teresa y sufro trastorno de ansiedad, hace dos días que no cuento los números de los boletos, baldosas, azulejos, hace dos días que no puedo dormir". (Aplausos). Al menos, suena mejor que decir: "Hola, mi nombre es Carlos, soy borracho, hago cosas horribles cuando tomo alcohol, lastimo a los demás, a los que dicen quererme pero están en mi contra, dicen querer ayudarme, pero vamos, pásenme otro trago, eso sí me sería realmente útil".

Pero el núcleo (no olvidemos) es el miedo. Todo lo demás se diluye un poco cuando ataca. Todo lo demás puede "encauzarse". Hay tratamientos. O eso dicen.
Hay terapias alternativas y lo mejor, lo más recomendable en pasillos carcelarios y hospitales: hay que tener fe en dios.
Eso ayuda.
Dicen.

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