14.9.13

Cucarachas (reloaded)

...las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. 
Juan Rulfo 

Acabo de aplastar una cucaracha con mi pie desnudo.
La sensación fue repugnante pero incomparable.
Pude sentir su muerte como si fuera mi propia muerte.
 La niña que llevo en mí, le teme a las cucarachas.
Y yo acabo de aplastar una.


Si las cucarachas hablaran, podrían contar parte de la historia de la tierra. Aparecieron hace unos 400 millones de años, caminaron entre las patas de los dinosaurios, son mas resistentes que el tiburón y sobrevivieron a las bombas de hidrógeno que destruyeron Hiroshima y Nagashaki durante la II Guerra Mundial. 

 Acabo de aplastar al ser con mayor capacidad de supervivencia.
Soy poderosa.


Los métodos de control de cucaracha han evolucionado desde los mecánicos hasta los químicos, atravesando por una serie de insecticidas que atacan su sistema nervioso, como los organofosforados y los piretroides, hasta substancias bioactivas que interfieren con la capacidad metabólica y reproductora de la cucaracha. 

De todos modos, perderse el crujido de ese cuerpecito pequeño y frágil en el momento en que estalla bajo el pie y las tripas se esparcen entre el suelo y la planta, es negarse a uno de los pocos placeres que nos depara la vida.
Por esa razón, recomiendo el método mecánico.


 Las cucarachas rondan por los basureros, cañerías, cámaras sépticas y, si sienten hambre, se acercan a la cocina y contaminan alimentos, es por ello que se las liga a la transmisión de un gran número de enfermedades como el cólera u otros tipos de diarreas, causadas por microorganismos presentes en la materia fecal. El mejor método para controlarlas es el aseo extremo de las casas, especialmente en las cocinas. 

Algo me inquieta y no puedo dormir. En la apretada oscuridad de estas sábanas estoy expectante. Puedo reconocer sonidos que llegan desde la cocina. Una gran orgía está llevándose a cabo ahí. Puedo imaginarlas resbalando entre la grasa y los restos de comida de los platos que dejé allí como si se tratase de una gran trampa mortal. Puedo vislumbrarlas saliendo del tacho de basura, del desagüe, del zócalo más húmedo. Una legión de millones de ellas, dispuestas a insistir en sus nauseabundas danzas de supervivencia, infectándolo todo con sus pestilencias, dejando el estigma que indique quién está arriba y quién abajo. Sé que es el momento de continuar la estrategia. Podría atacarlas por sorpresa, pero el turno ahora es el de disfrutar del asco que siento. Dejar que el miedo me recorra y paralice el impulso de levantarme y entrar a la cocina para comenzar la maravillosa masacre.
Sé que es el momento.


La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta, porque no tiene, las dos patitas de atrás

 No puede caminar. Pero se resiste a la muerte y al paso del tiempo. Para eso genera nuevos mecanismos de defensa que transmite a las sucesivas generaciones. Su secreto está en la reproducción y en rediseñar su sistema inmunológico. Una cucaracha decapitada puede permanecer con vida más de un día. El tiempo suficiente como para, si es hembra, poder poner sus huevos y asegurar la continuidad de la especie. Hay cientos de cucarachas mutiladas en la cocina.
Tendré que ser más rápida que ellas, esta vez.


Lo que reúne a las cucarachas no es un sentido de grupo o familia, sino las feromonas agregadas en las heces fecales. Por la noche, cuando buscan agua y alimento, se desplazan a través de rendijas y hendiduras, dejando a u paso rastros de materia fecal que marcan el regreso a sus refugios. Tienen hábitos coprófagos es decir, se alimentan con sus propias excreciones. 

Lo que nos une es sexo primitivo. Nuestro hogar es una cama, fuera de eso no hay proyecto, no hay familia, nada existe. No desplazamos a través de mil obstáculos guiados por feromonas. Muchas veces hay que atravesar enormes montañas de mierda: mentiras y traiciones para no serles desleales a la urgencia del instinto. Nuestra coprofagía es, sin embargo, diferente a la de una cucaracha. Ella tiene un fin mucho más noble: la existencia.
Nuestro motivo es puramente egoísta: el hedonismo.


La cucaracha con la materia blanca me miraba. No sé si me veía. No sé lo que ve una cucaracha. Pero ella y yo nos mirábamos y tampoco sé lo que una mujer ve. Pero si sus ojos no me veían su existencia me existía - en el mundo primario donde yo había entrado, los seres existen a los otros como forma de verse. Y en ese mundo que yo estaba conociendo, hay varias formas que significan ver: uno mira al otro sin verlo, uno posee al otro, uno come al otro, uno está sólo en un rincón y el otro está allí también: todo eso también significa ver. La cucaracha no me miraba con los ojos sino con el cuerpo. 
Claris Lispector 

No puedo verla pero la presiento acechando en la oscuridad, esperando el momento en que me pierda en la irrealidad del sueño, ése en que el contacto con la tierra se pierde y no existen cucarachas. Ella me acecha, puedo sentirlo y es un escalofrío el que me recorre como si de un mal presagio se tratara. La cucaracha ve, puede adivinar el miedo, sabe que ganará la partida y ríe con la más nauseabunda de las risas. Puedo oírla, pero no la veo.
Estoy ciega.


Las cucarachas son nocturnas y pasan el 75% de su vida en sus refugios (grietas, rendijas). Por estos motivos, por cada una que usted ve se calcula que hay cerca de 200 más escondidas.

La luz me resulta insoportable, ansío la llegada de las sombras para arrastrarme por los rincones más oscuros y húmedos en busca de comida. Voy dejando mi estela repugnante, infestando cada cosa que piso, soy rápida, mis antenas detectan rápidamente el peligro: evitar que me aplasten antes de dejar mis huevos en un sitio seguro, un lugar cálido. Es mi fin, mi empresa superior, me guían leyes ancestrales que debo cumplir ignorando el desprecio que causo, esquivar el pie que me triture, sobrevivir a insecticidas. Poco a poco voy haciéndome inmune. Cada día soy más fuerte, crezco, no conozco el asco porque lo genero, soy un ser perfecto, el más perfecto ser sobre la tierra. Voy a vencer, voy a vencer a la muerte.
Soy afortunada.


Las cucarachas han dominado la Tierra durante cientos de millones de años y, como otros insectos, son capaces de hazañas increíbles, como por ejemplo la proeza de sobrevivir a tasas de radiación que son letales para otros organismos más evolucionados.

Acabo de aplastar una cucaracha con mi pie desnudo
La sensación fue extraña: ni rechazo, ni placer.
No pude sentir su muerte. No pude sentir nada.
La niña que llevaba en mí, le temía a las cucarachas.
Yo acabo de aplastar una.
Esa niña ya no está, no sabe de resistencias y prefiere extinguirse.


 archivado en: entomología resacada

11.9.13

Sexo explícito con aves zancudas

Sobre el tapete gris de despedidas, Septiembre pule sus orillas con una lija imperceptible y deja astillas que caen y se funden en siluetas desenfocadas, pálidas, lejanas, penosas transparencias no videntes.

Miro el almanaque, la savia de los días fluye y apenas empecé a perderme en el futuro, el espejo de la duda se frota a sí mismo, y empañado, refleja un paisaje que no alcanzo a distinguir entre el vapor del agua.

No son necesarias omisiones si el perdón es un axioma, si es posible cortar y dar de nuevo.
Hay geografías que presumo tan amables que me aterran.

Sin embargo el cartel no muestra ausencia y la ceremonia del ansia es una esperanza que con lanzas, espera calmas tibias.

La mano juega con ventaja. La mano vende, ataja, manda. Somos mano en la partida. Ya la suerte no es de principiante, es princesa del espiante más de oficio que de azar.

Somos grandes. Podemos vernos con ojos sin derroche de promesas, podemos vernos a través de una puerta corredera, sin saber que hay detrás o sabiendo que lo que hay nos pertenece, es irrepetible, está para quedarse.

archivado en: efectos sustentables para todos y todas

7.9.13

Instrucciones para armar este puzzle

Desde dientes de leche, laberintos que va trazando el miedo y ojos que chorrean incredulidad, avanzo tambaleante hacia un parquímetro que sólo sostiene negociados y traba las monedas.
No hay devolución, no hay, no, no la hay.

—¿Cuáles son tus miedos?

Me meto en mí, salgo del mundo exterior. Puedo vencer el pico de incertidumbre. Así es como funciona. La compulsión al servicio de la ansiedad. Concentración, enfrascarse en una sola cosa. Única, que nada más exista excepto la pretensión de salir alguna vez del pensamiento obsesivo.

—Miedo a lo real.

La ilusión devenida en piedra de brea y materiales de demolición: ecología de catálogo, adorno en la bibliotequita donde están mis favoritos, los libros de amigos, las piedras de mica y un portarretrato donde la abuela y mis hermanos, mamá y yo éramos gente que estaba toda viva.

—Miedo a la disolución.
—Miedo al fracaso.

Y un muñeco monstruoso con piel azul y una trompa parecida a la de un dibujo animado del que ahora el nombre no me sale.
También un autito de penélope y un mapamundi de cristal berreta que me regalaron una tarde de hace tanto tiempo que ahora el número no sé.

—Miedo al olvido.

Estas lágrimas no son hormonales ni están corrompidas con alcohol.
Estas son mis lágrimas.
Leo. Cualquier libro que leo me retrotrae a algún recuerdo. Aunque nada tenga que ver con mi historia.
Pero el tono, la angustia, la opresión del narrador me provocan sentimientos parecidos.
Entonces leo y lloro.
Estas son mis lágrimas.

—Miedo al apego al sufrimiento.
—Miedo al egocentrismo.

Por la mañana el dolor tremendo de garganta, el pecho cerrado. Y la tristeza que dan algunas certezas: el amor es algo hermoso que uno (solo) inventa para poder tolerarse, para poder perdonarse, para sentirse noble. Tampoco es que sea tan importante. En realidad nada lo es, en el balance, me río más de lo que lloro. Ambas cosas arrugan, pero a esta altura es lo normal. Que me presten atención. Aprender a devolverla.

—Miedo al desamor.

Después de amanecer las pieles y cuando todavía quedan montones de sueños que inventar —un hueco inmenso entre paréntesis—, nos vamos y la eternidad se derrite ante mis ojos: sólo quedan puertas entreabiertas al misterio. Y me quedan demasiadas palabras latiéndome en los dedos.

—Miedo a los finales.

archivado en: la noche de los zombies