26.10.10

Tuco de gaucho encriptado

Como quien congela un fotograma, molesto al destiempo, asesino corrientes sin regreso, desparramo lo que queda y dibujo, en el filtro de un faso, siluetas que eran pares.
Como un animal salvaje, parecido a morir violentamente, es esta especie de queja rabiosa, resaca que se agolpa como un mal recuerdo en una bolsa de esparto que no trata de escaparle al fuego.
Entonces está el riesgo a lo que pueda florecer en un noviembre que ya afila sus puntas y muestra que el hastío y la precariedad pronto serán danza aguachenta de verano, y el desapego como único refrigerante posible.
La fecha de vencimiento de lágrima a mansalva ha caducado. El crujir de tripas ya no ensordece. El hambre, el sueño, el deseo en el cuerpo, se toman descansos prolongados.
Como cuentas de un collar roto en la irrevocable impresión de lo tardío, media vida ya, y restos de pieles que quedaron en los frunces de las sábanas.

Detrás de las cortinas el paisaje es de llover miserias, aquellos peces que mirábamos absortos ya no ocultan sus suicidios. La tendencia hacia lo inútil se ha instalado para siempre, aunque los intentos sean hilachas descosidas, son lo que nos queda atragantado.

"Escupilo, nena, escupí ese hueso. El ahogo dura el tiempo en que tardes en volver a respirar".

Sin embargo, hay tanto por dañarle a esta tarde prolijita de nubes, donde el suelo es musgo y hay demasiada tierra por sacudir, evaporar, restañarle las venas, restaurar su caja, salir de adentro de ella.
Ir a alguno de todos los lugares adonde hay abrazos que compensen.

Pero el miedo es como un árbol.
Permanece intacto aunque esté muerto.

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