15.9.09

Tutiplén de cosmogonías y otras respuestas a preguntas inútiles

Necesari eri desi oia

Sin embargo, pensar que hay compensación suena a broma y es, de cualquier manera, injusto. El sentido verdadero es imposible de alcanzar y nuestra guía es una muralla tan lejana que sólo puede contemplarse desde una de esas postales bonitas que nos manda algún familiar desde un lugar exótico, con casas pintorescas, tragos tropicales, gente de colores, soles más calientes que otros, arenas blancas como nieves blancas.
Inaccesible.
El terreno por recorrer sigue siendo cenagoso, hay baches, trampas, espinas, cardos, pero por sobre todas las cosas, hay seres humanos dando vueltas alrededor de la fuerza magnética que intentás poner para defenderte de la indiferencia, los codazos para abrirte camino, adelantarte, ¡es que todo es tan apurado, urgente!, nada importa en esta carrera. Si el cadáver quedará atrás y otro será quien lo recoja.


Narcisolón

Creo, cada día más, con más vida transitada y mayor convicción que somos de una cepa en la que es imposible crear sin un profundo estado de insatisfacción, un recurrente apego a la nostalgia y el desasosiego.
Y es que el arte requiere de observación. Una observación aguda, casi obscena del caos que rodea la existencia.
Entiendo que hay en esto una gran responsabilidad. No porque estemos entregándole algo importante al mundo ni ninguna de esas paparruchadas en las que creen los intelectuales que, obviamente, quieren instalarse en retretes más elevados que el resto de los mortales.
No es por eso. Nada de lo que hacemos tiene más importancia que el regodeo de nuestro Ego. Pobre infeliz, lastimado, arrogante, presuntuoso.
En la imposibilidad está la suerte del artista. De otro modo no hay manera, ningún virtuosismo existe.
Brindo por eso, por no poder y aún así seguir intentándolo, pagando el precio, el único, el que no lleva números ni metales, el que no tiene ningún valor.


Serilerilán

Supe que era la última noche cuando vi aquellos ojos incendiados como una supernova, y su cuerpo el centro de miles de satélites que giraban indolentes, leves como el murmullo que acompañaba el latir de nuestras pieles devoradas por un único fracaso, irrepetible, subordinado a cada historia mal vivida, cada chance derramada.
Lo supe al oler el humo que empañaba las ventanas y escuchar el tintinear de las gotas.
Con él siempre era lluvia, despertar y no saber si afuera nadie o todo, si vida o si silencio.
Solos, empuñando manos como tentáculos deseosos de atrapar abismos inmóviles.
Con él todo adentro era inseguro o salir a cazar una esperanza que nunca hubo porque fue sólo suspiro, deseo, capricho demorado, torpe y pequeño como sus manos.
Sí, sus manos que me querían, y eran como nubes de tormenta, eran gotas, nuevamente, sudor, yo sé ahora, pues lo supe ayer, que era la última noche.
Y que después no existió un analgésico capaz de aliviar este poema, ni piernas que lleven a algún sitio, ni ganas de empezar todo de nuevo.


archivado en: tutiplén, el regreso de Sarasa y García