14.8.11

Desa(r)mable en particular

Pero no es la soledad de estar lejos, sin persona alguna rodeando la tierra, no la del náufrago ni la de la anciana que ha perdido a su marido y aún no se ha enterado que hace años no son dos los que duermen en la cama y cada noche dice, reza: "que descanses, viejo"; es la del sueño que no viene ni se inventa porque no hay primicia en nada nuevo, todo ya se ha pintado, se ha piantado como veneno espiritual en la coraza de la carne y la siembra, la siembra, la bendita siembra que no llegó a brotar y te dejó las manos vacías de cosecha, de sorpresa; tampoco es la del que pasa por la plaza y no ve un solo niño en las hamacas que sea suyo; no, es otra soledad —vos me entendés—, es la del hueco, el ojo frío que te mira, la rigidez de un universo tan inmenso que da miedo —sobre todo—, la certeza de saber que el Ángel no tocará a tu puerta, a tu lira, que el glaciar está disimulado entre los pliegues de tu pecho, en un asilo de pájaros ominosos donde ella es la reina aunque no cante porque ciega no conoce la estampida, la estampita de los trinos y la grieta, la grieta, la maldita grieta que no puede convencerse y busca en un suburbio tan igual, tan repetido que da asco.

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