16.4.11

En otro orden de cosas

Supimos qué cosa era la muerte, la tarde en que la calle fue entonces no volver.
No hubo luz blanca esplendorosa. Muchas lágrimas —eso lo acepto—, y diminutas chispas de esperanza desganada.
Escuchaba, como al pasar, unos versos que me resultaban familiares. Me dijiste: —Oí que hermoso es el sonido que las gotas hacen al rodar sobre las chapas.
Allí supe, que aunque fueran tus manos de alfarero las que daban forma a mi cintura, el preciso automático de caricias, las visiones de un amor que se desgranaba como arena de un reloj, yo veía palabras donde vos lluvia.
(Creo que hablaste, no pudiste detenerte y dijiste la palabras que se callan por prudencia, por respeto).
Imaginé mi cuerpo —lo sentí—, como barras de metal. —Es un instante y pasa —pensé— y la rigidez se diluyó entre tu obsesión, el dolor cesó trayendo la imagen de un rombo de cristal que también era mi cuerpo, sólo que ahora brillaba y giraba en una danza libre como una caída.
(Y tuve miedo de que las palabras se ahogaran, dejándome a merced de otro desierto).
Antes eran cuervos, sombras, lutos, duelos, siempre algo oscuro.
Mis visiones ahora suelen ser hermosas —yo las siento—
(Las dijiste y no tuviste en cuenta que estabas asesinándome para saciar tu error)
Visto en retrospectiva, cuando todo —hasta lo más trágico— da risa, comprendemos que a la muerte también se sobrevive.


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