30.5.08

Complejo de Eléctrika (Mitológica IV)

Respira anhelos por los poros. Se le apagó la magia con dos calas que le abrigan el florero de la tarde.
Se volvió chiquita en un segundo cuando vio el garrote de papá martirio, tan derecho, tan erguido en su mísero esqueleto.
Se puso pollera con cuadritos y le hizo gracias para que la vea:

Mirame, papá, mirame... ¿no ves que ya sé tirarme del trampolín más alto? Fijate cuánto es que avancé en el disciplinamiento, mirá lo cruel que puedo ser conmigo misma.
Lo aprendí lento, pero me sacaste buena.
Ahora sé cortarme las muñecas con tornillos y procuro que no estén muy oxidados. No quiero ocasionar molestia alguna.
Mirame viejo, soy la figurita brillantina que nunca me compraste, tardé cuarenta años en morir para poder nacerme lejos.
Del miedo.

Abre los ojos igual que cuando salió de la burbuja y sintió ese terror al mundo. Pero ahora empieza a ver, a concebir que es posible que el corazón de Agamenón no se enmudezca de amor cuando le baila, que no es necesario el baile, la pollerita a cuadros, que obedecer no es buena gracia, que de cualquier manera él la ve, que hace lo que puede y le enseñaron a patadas; que las calas son flor de cementerio y hay que cambiarlas antes que el olor se impregne.

archivado en: ¡Todos a la plaza por Carl Jung! - consejos útiles para niñas no huérfanas

24.5.08

Mitológica III

En esta isla entramos sólo el mar y yo. Algunas veces se nos une Andrómeda y me inyecta insecticidas para que me despabile, pero el efecto es el contrario: sólo logra convertirme en otra nebulosa. Es allí cuando empezamos a entendernos y tenemos largas charlas donde sólo hablo yo y le digo, por ejemplo:

Ando con ganas de no desentonarle al cosmos, de enderezar los ejes de un mañana en el que no sean necesarios psicoactivos para ser hermanos, humanos, héroes, hermosos.
No sé si me entendés. Es como un sentimiento que erró la ruta y apareció en una frecuencia diferente cuyas coordenadas no pueden descifrarse, una niebla sumergida en la horizontalidad del fastidio hospitalario.
No sé si soy clara. ¿Viste cuándo extrañás la tierra firme que encontrabas en ese aire tan particular del afecto, o en los días plasticola cuando no había estática en nosotros y el globo tenía la forma siamesa del alivio?


Ella escucha, o hace que escucha y peina sus cabellos. Es tan hermosa que merece algo más que una galaxia remota. Yo le daría, si pudiese, el universo entero para que lo desprecie. Yo le daría todo lo que necesita desconocer.
Ella escucha y yo, invariablemente, prosigo con historias que comienzan con “había una vez”. Una de ellas es la siguiente y la transcribo de memoria. (En la isla no hay con que tomar apuntes y todo se rige por la caprichosa capacidad de disimular baches y heridas de arma blanca).

Había una vez un papel con letras borrosas que descansaba sobre la bandeja vacía de un banquete al que no tuvieron la amabilidad de invitarnos. Yo me recuerdo agazapada entre la luz que entreveía por sus piernas. Era viernes y había muchos kilos de frutas robadas. Siempre los viernes fueron días de ilegalidad sacramental. Perpetuamente viernes, excepto cuando fue siempre, lo demás fue viernes de estaciones minadas de boletos explosivos, con la furia tormentosa de amores que no pudieron abrazarse a sí mismos porque sólo existieron en la aturdida y maniática literatura de la memoria.

Andrómeda suele aburrirse cuando llegamos a esta instancia y siempre desaparece haciéndome creer que es Perseo quién la espera, pero yo sé que no es cierto, que Perseo es sólo un mito y que no se puede concebir tanta belleza en manos de un abusador de poderes femeninos, un mariconazo amparado en la Medusa.
A ella, aunque no sea suficiente, yo la prefiero constelada. Al menos así brilla, puedo verla aunque esté a demasiados años luz de distancia.

En esta isla me sorprendo calentando el estaño de los días, hago bolitas que al instante se endurecen y la sensación perruna de aullarle a montañas que sólo escuchan la conmiseración del miedo me resulta soportable. La bolsa gigante de mi consciencia me hace declinar tratos convenientes.
Es que nunca logro exportar todos mis archivos, excepto cuando Andrómeda irrumpe y se queda sentada contemplando el mar que todo lo rodea y ruge una oración que implora por la finitud de lo inmutable.
Casualmente, esos días son los viernes.

archivado en: astronomía incomparada, el catorce Pollock y su nave espacial

5.5.08

La amiga mía, el pibe mío

Ale Rabinovich y Demo el día de la presenta, interpretando un tema de hondo contenido moral, existencial y pum para arriba.

Orugas y Mariposas



El último disco de Ale, "30000 Sueños" se encuentra en venta en:

Centro Cultural de la Cooperación Av. Corrientes 1543
Paseo la Plaza en Deep Music Av. Corrientes 1662 local 7

o por e-mail a alexiaprod{arroba}hotmail.com
También discos anteriores: "Orugas y mariposas" y "Salirandar"

archivado en: bombines y autobombines

2.5.08

Compañía Aseguradora de Hormonas e Insectos.

I
Vienen langostas a comerse las hojitas esparcidas en el plano inclinado de la tarde. Resbalan y el salto se hace un breve vuelo, algo así como un beso en la comisura de los labios, un disimulado gesto, un miedo a desabotonarse la camisa y que se vean los colgajos del alma arrugaditos, indefensos, desguarnecidos.

II
Espía por la mirilla. El voyeur no necesita tocarla; se conforma con ver la parte del mundo que no puede lastimarlo. El voyeur no conoce las mejores mieles, el voyeur lee y sonríe algunas veces, se busca en los versos que ella escribe, se masturba y satisface sus pulsiones, cree conocer algún secreto y se equivoca: ella no oculta, no niega, ella confecciona acertijos para quién esté sensible a adivinarlos. El voyeur no necesita tocarla, espía por la mirilla y descifra sus engaños creyendo que son a su favor.

III
—Hay que asegurarse —dice el voyeur y es su lema.
Y tanto se asegura que vive repleto de candados tan pesados que ya casi no puede caminar.

IV
Las langostas presencian las dos aristas de una escena reflejada en un espejo que deforma. Y saltan divertidas dispuestas a comerse las hojitas de la tarde.

V
No hay descanso para quién tiene que vivir cerrando puertas, acomodando el recuerdo de algún sentimiento entre vinilos antiguos. No hay alegría en aquel que todo lo certifica, que calcula cada paso, que elabora presupuestos muy prolijos y los sigue a pie juntillas, que jamás, ni por asomo, olvida poner el despertador para mañana.

VI
Ella se desnuda para él, a la distancia el juego la entretiene un rato, pero no la satisface. Ese cuerpo supo producir vibraciones emparentadas al violento sosiego del amor. Ese cuerpo es el que el voyeur no necesita tocar, ni ver, con imaginarlo es suficiente y ella sabe que es benefactora de las manos del voyeur. Las de ella son necesarias sólo cuando marcan el compás en el teclado y brillan en el monitor.

VII
El voyeur descubre a una de las langostas que baila aturdida por la risa. Se molesta e intenta matarla con una navaja de colección. Pero llega tarde. La langosta se ha escondido en el cajón donde guarda los profilácticos que ya no usa, o usa en contadas ocasiones cuando se topa con un cuerpo que no va a contagiarle amor ni ninguna de esas pestes peligrosas. El voyeur, a veces extraña algunos rituales que habían nacido y se encargó de aniquilar cuando leyó la letra chica de la póliza y descubrió que no cubría incendios.

VIII
Hay unas cuotas de resentimiento, desilusión, insatisfacción e impotencia perfectamente justificadas bajo juramento, bajo fondo, sobre la libertad que da saber que no hay nada que ganar ni perder, sobre la ley que ampara a los que arriesgan, a los que no temen que una palabra les salte encima y les muestre cosas que se salgan de la agenda.

IX
El voyeur, que todo lo asegura, es un infeliz, y la infelicidad, esa clase de pecado que no figura en los catálogos de la moral, debiera ser penada con un castigo superior al de dos o tres oraciones absolventes.
La infelicidad, en realidad, no tiene perdón.

X
Entonces vienen las langostas a comerse las hojitas y ella les facilita el trabajo, les siembra caminitos porque siente un desprecio vomitivo hacia la muerte emocional y piensa que la cobardía debiera ser un pecado capital.

XI
El voyeur sufre una parálisis contrapuesta a su hiperactividad.

XII
A ella la excita que la miren de muy cerca. Y le gusta ver que pasa en el espejo que está al costado de la cama cuando son dos los que están en movimiento.

XIII
Las langostas se aburren si la historia que están viendo no tiene nada explícito y se van de recorrida por los bares donde hombres y mujeres se miran a los ojos, se toman de las manos y no tienen miedo de asumir el riesgo del placer o el sufrimiento.


archivado en: el otoño del jardinero que esnifaba hortal