8.8.11

Pensando en vos como quien recuerda una película que vio hace siglos

Subo una escalera invisible montada sobre un reloj que no marca ningún tiempo. Detenido.

No sé si eran anís o hinojos silvestres lo que destilaban tus ojeras.
En tu cuerpo, demasiadas cunetas que sortear hasta llegar a la sutil pendiente de tu boca.
Como buena devota de la religión de tu mirada, recé plegarias hasta deshacerme las uñas a mordiscos. Como en exceso de jabones y agua tibia, arrugas que no resistían implantes siliconados, que no resistían.
Y los rezos se hicieron gritos, alaridos suplicantes: mas aquí estoy y en este antro no hay más que una forma de humo dulce que traslada la razón hacia otra parte, al sitio donde los caminos jamás se cruzan y no hay choques, accidentes, sólo un ligero dolor en la columna que no cesa de expandir sus tumores, sus temores al desplome.

No sé si eran de cerveza roja o de te de manzanillas tus alientos acompañabesos. En tu mantel de flores diminutas ni una miga dejé cuando fui ausencia, sin embargo sé que todas las paredes esconderán por siempre los gemidos, la desesperación, el desconsuelo de no haber visto los hilos invisibles que tejían las arañas en el momento simultáneo en el que repartíamos las cartas de un mazo sin comodines y sin ases. Mi corazón no admitía conservantes, los alcoholes se apartaban del hígado vicioso, cretino toxicómano que no comprendía mi crueldad tan abstinente.

El no recordar de tu rostro más que la sinceridad de una persiana fría de metal es un indicio que me planta en el sitio donde las orquídeas mueren a los tres o cuatro días.
Pero algo sí recuerdo bien y es la mueca malévola del descorche, la mirada defectuosa, el asfalto moviéndose obstinado mientras miles de racimos de uvas eran pisoteados por los perros baldíos de tu barrio.
Y esa esquina donde un hombre cantaba profusamente desafinado. El alivio de reversa alejándonos del ruido.
Oído finito como el sendero de esos pocos días que agosto gastó en el despropósito de jugar a creer que era posible construir el engranaje de un reloj donde tu tiempo y el mío estuvieran tan sincronizados como la luna y las mareas. En movimiento constante, perpetuados en abrazos sin conmiseración hacia el azúcar de la noche que parecía un sueño ideal como son los sueños, o la ilusión más ingenua.

No sé si habrá manera o atenuante. Es medianoche y todo suena efervescente si lo imagino en cercos de flores aromáticas, pero es la media muerte la que invita con sus copas desapacibles, en un mundo retirado fraudulento, que fatiga de sólo erguirse frente al poco ser de cada peca peregrina de mi espalda y mi cansancio.
Los portales, la luz azul de las farolas, toda la avenida enchastrada de tus pasos, tu sonrisa, ahora recuerdo tu sonrisa de dientes pequeñitos.

El llanto es demasiado mundano para esta paz que está a unos poco metros. Hay quién prefiere a los muertos, yo prefiero cuadros que también son cadáveres pero no duelen, apenas apestan a trementina y óxidos carbones. La diferencia es tan sutil como inasible.


Subo una escalera invisible montada sobre un reloj que sólo marca finales.
Y sigue su marcha contraria a las agujas.

archivado en: entretiempo melanco