2.7.08

El destino que usted intenta alcanzar

A Copérnica y su oído crepitante

Realmente soy un soñador práctico; mis sueños no son bagatelas en el aire.
Lo que yo quiero es convertir mis sueños en realidad.

Gandhi


Una vez conocido al librero de su vida y coincidido ambos (el antedicho y la autora) en sentido de un humor del tipo acidulado, original, sine cua non, sui generis, alcoyana-alcoyana. Gracias a la eficaz mediación de otra autora de gran significancia en la cultura literaria anque plástica y fisicuántica; les contaba: realizados los acercamientos presentatorios pertinentes, como quién no quiere la cosa, como que aquí no pasa nada —por haberlo prometido (al librero) en garchimonio anteriormente hablando, años ha, a otra autora divorciada, sufriente, condolida, no pega una, cercana a los afectos de ambas (las autoras)—; es decir: con la culpa galopante, el prurito moralista y la sana discreción en estos casos. Decía, una vez la autora y el librero de su vida: mucho gusto, es un placer, el saludo de rigor, el avistaje raudo, la tomografía veloz, sólo resta esperar que por generación espontánea, simple jugarreta del azar, coincidencia o insistencia de la autora (como tiene la costumbre), prontamente haga el papel de chica lecta-culta, justo andaba por acá y ya que estamos le pregunte (al librero) si tiene, por ejemplo alguno de José Iván Pantoja a lo que el librero de su vida, una vez fijádose en la maquinita diga no, que no lo tiene. Entonces ella, la autora, ni lerda (aunque perezosa) arremeta con un ¿te acordás de mí?, soy la autora del libro ese que está en la mesita, nos presentó otra autora justamente ayer, a los (tantos) días del mes en curso-19:15 pm y él conteste un uh... si, el libro, todavía no he leído pero siempre recomiendo a cuanto cliente se me acerque. Entonces, la autora, para no sentirse aún más miserable, desdeñada, facilonga, afectada de un bajón de la presión tan de repente, enfile hacia la mesa de saldos y se compre un libro cualesquiera, lo pague con débito tarjeta y salga de la escena, vista en alto, punta en pie para altitud y nunca más regrese por ahí.
Otra opción es que un día equis el librero se tropiece y se caiga la pilita, al levantarla piense: este libro de algún lado a mí me suena y aburrido porque es fin de mes o porque todo trabajo en esencia es un embole, se lo hojee por un rato y se acuerde de la autora: la bajita de humor simpaticona, de los pelos alta porra, uh... sí, le gusta (el libro), capaz que se lo lee.

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