12.3.08

Pido gancho

Perdí el tren por dos minutos. Comprendo porque la gente corría desesperada al bajar del subte. Tengo tiempo. Aunque hubiese sabido que perdería el tren por dos minutos, no hubiera corrido, mucho menos desesperada. Anochece y tengo tiempo y un solo sitio adonde ir.
Aprovecho para fumar un cigarrillo y el cielo parece un mundo al revés. Es una imagen que me emociona. Profeso una fe inexorable hacia los fenómenos naturales y si fuera Rant, el personaje de Chuck Palahniuk diría: —Así debiera ser cuando uno va a misa.
Estoy inmersa en un anochecer dividido: una mitad apabullante amenaza la tormenta del fin del mundo, la otra mitad anuncia días claros. Entre ellas yo, volviendo a casa con la boca incendiada de tanto beso y la nostalgia en retroactivo, intacta a futuro como una inmanencia ventrílocua. El tren saldrá en veinte minutos, está casi vacío y hay un banco con pibe fumador. Nos sentamos mi cuaderno y yo. El pibe relojea lo que escribo. Me dan ganas de decirle que grabe en su memoria para siempre este momento, que está viendo el germen de una obra majestuosa, pero no, porque no es cierto: es basura, simple pasatiempo, humo y espera Metrovías. En diez minutos sale el tren y va poblándose. El pibe fumador ya se instaló y se conectó a su mundo musical. El cielo parece la tierra invertida, una carta de tarot que esconde dos destinos, una bandera bipolar inmóvil. Queda una sola ventanilla y será mía. Guardo el cuaderno y se cae un almanaque. Dice Marzo y no quiero creer que todas las vidas de mi mundo han transcurrido. Hay dos detalles bellos y específicos en los que empiezo a descansar. El tren arranca. Tengo tiempo.

archivado en: historias de la vida misma