25.3.08

Lámina escaneada a 500 dpi

Había un mudo que atestiguaba contra la lluvia. Lo hacía con gestos que dibujaban pararrayos. Eso yo lo sé porque alguna vez fui muda —fue hace mucho— y todo lo que mis manos trazaban tenía forma de campanas sin badajo.

Siempre me rebelé contra esa porción de tierra que desenrollaba el tiempo como si de una alfombra roja se tratara, aunque yo sabía que ahí no había nada glamoroso, que el rojo era la sangre.

Me acuerdo que ese día dios tenía una sola mano e intentaba atar los cordones de sus zapatillas.
Se enojaba con los ángeles y ellos tarareaban un cantito de hinchada. No sé a qué equipo pertenecían, pero supongo que sería alguno con pocas pretensiones. No es que la pasión se mida por categorías, pero de Boca no eran. No puedo concebir nada celestial en los bosteros. En Racing lo celeste es la bandera y allí no hay ángeles, hay mártires. A no confundir: los santos no son confiables.

También había un calibrador de blasfemias que funcionaba según el humor de algún apóstol. Se anotaban mal los tantos y no sé si era por un problema de programación en el sistema o por pura mala leche.

Desde el "A" del cuarto piso llegaban gritos. Dos mujeres peleaban por un vestido que no sería para ninguna.
Y además era horrible. Tenía un lazo de tul atado a la cintura, parecía un disfraz de carnavales. Sin embargo ellas lo deseaban y afilaban sus garras, blandían agujas e hilos de colores diferentes, en una lucha que no seguía el menor sentido del buen gusto.

Esos días eran recorridos a pie de intrascendencias. Demasiado verano, demasiado feriado. Como si haber nacido fuera poca complicación, también se nos pedía que sonriéramos y que no estemos solos, no sea cosa que nos diera por vernos la dentadura y cotizáramos por debajo de un plato de guiso.

Recuerdo al sereno que se ponía nervioso ante el menor ruidito y las del "A" del cuarto piso lo estaban desquiciando. Yo deseaba que subiera a poner un poco de orden, que asesine a alguna de ellas. O a las dos.

De todos modos no podía expresar ninguna idea, como dije, era muda y a mi lado dormía un tipo del que no sabía su apellido.

Ahora que lo pienso bien y recuperé el habla, creo que nunca supe nada de ninguno. Un hombre desnudo es un hombre desnudo. No hay sorpresa ni maravilla, son seriados, son veranos. Algunos pararrayos que rebotan electricidades, otros campanas silenciosas.

Hoy busco castañuelas para atraer algún recuerdo amable y sólo encuentro una estampita que puse en penitencia. No confíes en los santos.

Por suerte no seré yo quién limpie la sangre de la alfombra ni asesine a las del "A" del cuarto piso. Para eso está el sereno, del cuál no conozco su apellido.

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