18.8.07

Cacería de guanacos II

El muchacho de la moto estaba tardando más de los diez minutos que el hombre de la voz del teléfono me había asegurado que demoraría. Comenzaba a impacientarme cuando divisé en el horizonte una figura humana que se acercaba con paso cansino.
Cuando la tuve a unos diez metros de distancia descubrí que eran dos figuras: una humana y otra animal. En el momento en que la figura humana se sentó a mi lado supe que se trataban de un arriero y una vaca.
—Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas —murmuró él
—Eso no es cierto —respondí—, ¿acaso la vaca no es de su propiedad?
—No, no lo es —dijo él.
—Pues entonces, la pena será suya, no nuestra. Lo que es yo, soy muy feliz —le dije—, y lo seré aún más cuando consiga emprender la gran aventura a la que he venido aquí. Por una de esas casualidades, ¿podría usted decirme la ubicación geográfica de la Agencia de Expediciones, Cacerías y Afines?
—No —respondió el arriero, cortando el aire con su monosílabo, en dos mitades claramente identificables. Una de ellas resultaba irrespirable. Al parecer, la vaca o el arriero sufrían de un severo problema de halitosis. La otra mitad olía a Poett lavanda (con notas de eucaliptos y menta), desodorante de ambiente de suave aroma, aprobado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) y el Programa sobre Procesos Estratosféricos y su Relación con el Clima (SPARC) por no afectar la capa de ozono.
Me ubiqué en ese sector, hecho que seguramente fue interpretado por el arriero como un gesto de descortesía, ya que a los pocos segundos, luego de proferir bufidos en evidente señal de desagrado, observé como él y la vaquita se iban por la misma senda.
La pena se quedó conmigo apoltronada en mi corazón cual ave de corral crujiente, cosa que me recordó que debía buscar los guanacos para, posteriormente, darles la caza correspondiente. Una bruma melancólica envolvió la esquina de Rivadavia y Kurupí, la visión comenzó a hacérseme dificultosa y caí en una especie de ensimismamiento cetrino del cual me sacaría, horas más tarde, el chico de la moto con su voz jubilosa.

(continuará)

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