23.10.05

Bukowski porteño bailando en Barracas

Pican pican los mosquitos. 
Los viajeros sólo desean llegar y partir de los puertos, nunca permanecer. 
Lleva más de veinte whiskys encima. ¿Qué iremos a escuchar de esa voz ebria? 
En los puertos la vida es una aburrida parodia. Hay pianistas, payasos y toda clase de inventos para entretener a los que viajan.
La bola de espejos gira y todos deseamos que sea nuestra. Todos imaginamos el despliegue de luces, el flash íntimo y personal. 
Al atardecer de los sueños, el marino siempre se asoma a esa mágica sensación de que la vida empieza al borde del abismo que separa los mundos.
Diagonales incomunicadas por lo ensordecedor de la música. Una voz débil, ilegible, una sonrisa que se respira suavemente. 
El mundo de los muertos que parecen vivir y el mundo de los vivos que simulan estar muertos. 
Va y viene por la sala, es como un Krusty viviente, nariz colorada ¿Qué iremos a escuchar de esa mente afiebrada?
La aventura es más allá, en el Mar del Nunca Jamás, donde Alguien nunca olvida que es Nadie. 
Coca-cola a cuatro mangos y hurto ingenuo de papitas. Las risas, esa risa contagiosa que ella regala convirtiendo a la alegría en un acto de fe. 
Todos los días nos vemos obligados a escoger entre ser el guerrero-pirata-loco-extraterrestre o ser el lame-mocos que sólo quiere casarse-escribir el libro-alquilar el dpto-comprar marihuana para llenar de escombros su vacío. 
La banda es monótona, pero cuando él sube al escenario logra climas casi matemáticos. Cuando él sube, camisa hawaiana, panza alcoholizada, dan ganas de tomar la mano de alguien y darle la paz. Como si todo se tratase de una gran misa pagana, donde el incienso es tabaco y dios es una gelatina asquerosa.
Es más cómodo viajar en silla de ruedas sobre la autopista de las emociones controladas. Es más cómodo que andar rengueando por caminos desconocidos. 
Por momentos uno de nosotros desaparece, se va con su cámara a cuestas, deja el grabador en la mesa. Por momentos parece japonés. Por momentos los ojos le brillan. Por momentos parece feliz.
Es más cómodo internarse en el asilo de las costumbres que seguir recorriendo nuestro miedo a la oscuridad. 
Pienso en él, en el que fue en otro tiempo, las palabras se convierten en un son que dice nunca, en una ausencia. Porque ese que fue en otro tiempo, está internado en la unidad coronaria del hospital de lo correcto. 
Brindo por mis invisibles amigos, los que saben que no saben, los que, deseando vivir, viven simplemente deseando.
Fotografía: Chinasky Texto en itálica: Enrique Symns
archivado en: tengo un billete de mil