19.6.05

Fábula de un corazón que no se enmudece porque sí

Había una vez un señor que tenía una bolsita llena de aire. Estaba cerrada con un nudito muy ceñido. Él mismo lo había apretado muy fuerte para que el aire no se saliese.
Cierto día, a la bolsita le cayó una chispita fugada de un asado que estaban haciendo en Ezeiza un grupo de estudiantes de agronomía alemanes (que se encontraban en Argentina haciendo un master sobre la incidencia del efluvio de ucalito en las turbinas de los aviones). Desesperado, corrió hasta el kiosco más cercano, compró Suprabon y selló la pequeña grieta de su bolsita. Había perdido un pelín de aire, pero lo mismo se quedó tranquilo y se sentó a descansar bajo un roble californiano en cuya copa habitaba una familia de monos chaqueños (que estaban en Buenos Aires haciendo turismo).
Se quedó dormido y tuvo un sueño en dónde su bolsita estaba protegida de todo mal, rebozaba aire y éste mismo era nítido y limpido como los pulmones de un bebé recién nacido. Perdido en la irreflexión y el abrigo de Orfeo, no se dio cuenta que una gata peluda habíase posado sobre su precioso bien y, con su ácido pelúdico, poco a poco había lacerado la fragilidad de la membrana polietilénica, produciendo un nuevo agujerito en la bolsita bienamada.
Al despertar observó con horror que la bolsa había extraviado casi la mitad del aire. Abatido, descorazonado como pocas veces un hombre puede encontrarse, pero a la vez henchido de una fuerza vital e incomprensible (esa fuerza que sólo se conoce en situaciones límites como la de la madre que ve a su hijo aplastado bajo las ruedas de un Escania y saca poderes, superpoderes, levanta el acoplado del camión como quién levanta un soruyo de perro de una acera de Barrio Norte y el fruto del amor de papi y mami, el fruto de sus entrañas, el mismo al que le dio la vida en un blanco y níveo amanecer de mayo, su bien, su niño, es rescatado de un destino de masa encefálica resbalando trágica por la misma acera de Barrio Norte y siendo filmada, fotografiada y cronicatizada por los artículos de radios, revistas, diarios y emisiones de televisión del país del caso y de toda la internacionalidad mundial)
Con el mismo ímpetu, la misma motivación, el hombre practicole a su bolsita respiración boca a boca llenándola de aire contaminado por uno de esos virus que asolan en épocas invernales.
Asimismo, se sintió conforme. Su bolsa permanecía llena, abundante, el contenido neto estaba inalterado en su concepción netamente contenida.
Al pasar los días, las fuerza malignas que ocupaban la bolsa se fueron reproduciendo y pugnaban por salir.
Y el hombre no dabase cuenta. Seguía/se tranquilo y confortado al ver que la bolsita permanecía bien cerrada.
Tranquilo, sereno y confiado estuvo hasta el día en que la bolsita explosionó con tanta intensidad que varios de los estudiantes alemanes y algunos de los monos chaqueños sufrieron el efecto de la onda expansiva que (se dice) llegó hasta la zona de Liniers, Villa Luro, Valentín Alsina y Pte. de la Noria.
Fueron muchos más los damnificados, pero el señor salió ileso y (dicen) que ahora mismo está tratando de pegar con el Suprabon sobrante los restos de su bolsita que, desperdigados por diferentes zonas del conurbano, se resisten al natural proceso de reciclado.
Eso es lo que tiene el nylon. No es biodegradable.
Y, a pesar de las estrictas leyes que la naturaleza dicta, el hombre insiste (Suprabon en mano) en la reconstrucción de las ruinas de un ayer que, por ayer y por choto, ya fue.

MORALEJA: Abrigate bien que con esta fresca se vinieron muchos bichos espantosos que te comen el hígado, el reñón, el alma y el mismísimo espíritu santo.