2.11.04

La grapodina de empuje del huracán Roberto no anda ni pa' trás.

Vamo a bailar para cambiar esta suerte,
si sabemos gambetear para ahuyentar la muerte

La Bersuit.


No es que yo sea una de esas personas que todo lo ven como por detrás de una de esas cortinas para ducha plásticas y con florones enormes y costras marrones de sarro y jabón de siglos.
No, no es así. No soy un ser avinagrado de esos que, cuando por ejemplo, van a comprar merengues en lugar de pedirlos en forma amable y cuasi suplicante demostrando la necesidad de comer merengues, con un gesto humilde, un llamado a la solicitidad del otro que es, en este caso, el proovedor de los mismos, ser humano como vos, como yo, que merece el mayor de nuestros respetos. Decía que no soy así, no soy de los piden las cosas en forma prepotente y altiva como aquellos que se creen dueños de todos los merengues e incluso la crema y/o dulce de leche, según el caso.
No soy de esos. Pertenezco al grupo, en general rimbombante y agradecido a una vida gentil en la cual no se ha presentado ningún tipo de avatar ni infortunio que provocase alguna clase de anomalía del tipo resentil o sardinezca. Digamos que, a grandes rasgos, mi humor es del subtipo pajaronil y deleitoso, es decir, disfruto de este pasar como quién chupa un heladito de agua a pleno rayo del sol en un verano de cuarenta grados a la sombra y sin ventilador.
Pero ahora, no es porque sea yo uno de esos seres hirsutos, amarguetes y pringosos que no pueden vivir ni un momento de solaz y esparcimiento sin ponerse a pensar en que la baguette está dura, o que va a llover. Esos que no pueden evitar una desazón escorbutiana o similar.
No es que así yo sea, pero, sinceramente, a la cosa la veo jodida jodida.