4.8.04

Lo poco agrada y lo mucho enfada

(a este relato le sobran como 50 palabras)

No podía recordar sus sueños. Sin embargo sabía que sucedían por esa sensación de lo perdido, un desasosiego silencioso que le lastimaba la mirada como un velo de alfileres. Algo así como esos olores que se piensan pero no se perciben, como las notas de una canción jamás escrita o los colores ámbar del daltónico.
Jugaba entonces a adivinar y cerrando los ojos arremetía a trompadas contra las sombras, buscando un brillo al fondo de un vaso de vino, huyendo por los pasadizos de la espera, corriendo por un puente sin cardinales, sin flechas orientativas ni cimientos. Por las mañanas buscaba afanosamente bajo la almohada, entre los cabellos que quedaban en el peine, en el reflejo del cristal que apuntaba directo hacia sus miedos, en el cajón de la mesa de luz. Buscaba con una obsesión que fue infructuosa hasta el día en que pudo recordar el primer sueño de su historia y entonces el desconsuelo anterior se transformó en una pena mayor. Había empezado a desear y ahora debía aprender a aceptar lo imposible.