5.1.04

Recuerdos de Gobi

Lo que más extraño de mi antigua vida en Cruz de Ordóñez son los ascensores.
Aquí no hay.
En cambio hay perros. Montones, cantidades descomunales de perros de distintos modelos y personalidades similares entre sí.
Esta mañana conocí a uno especialmente adorable. Acababa de robarle una ristra de chorizos al carnicero de la vuelta del iglú adonde me alojo.
Fue un verdadero placer contemplar al carnicero, al verdulero y a varios clientes ocasionales correr detrás del perro por Av. de los Murmisos heroicos sin poder darle alcance.
Al rato volví a encontrarme con el perro, a quién llamare de ahora en más "Colita" para preservar su identidad ya que se trata de un perro prófugo y no es cuestión de que, por mi indiscreción, den con su paradero.
Esperé con paciencia que diera cuenta del último chorizo (que tuvo a bien compartir con algunos canes amigos), me acerqué a él y le solicité amablemente que me lleve al quinto piso. Pedido al que no accedió por tratarse de un perro y no de un ascensor.
Una pena.
Porque lo que yo más extraño de mi antigua vida en Cruz de Ordóñez, son los ascensores.
No así a los perros.
Y aquí hay muchos. Cantidades descomunales de ellos.