25.11.03

La carta que Doña Rosa Beatriz Gómez de Scarparo le escribió a su marido, Don Eusebio Scarparo, antes de partir de vacaciones a Antofagasta para nunca más volver, carta que permaneció oculta debajo del almohadón del canapé de la sala del domicilio conyugal durante muchos años y fue encontrada por Ramiro Bongusto, un tapicero de la calle El Talar de Ciudad Evita, quién la entregó gentilmente a Lucas Scarparo (actual dueño del sillón y de la Mansión Scarparo de Parque Chás) quién, también gentilmente, la acercó a la redacción de esta revista para que, mediante su publicación, la ciudadanía entera conociera los pormenores del sonado caso "Gómez vs. Scarparo" que tanto dio que hablar por el año 1879.


Parque Chás, 3 de Febrero de 1878

Amado Eusebio:

La piedra del asombro se desvanece. Aquello que fascinaba ayer, hoy es como la expresión de cansancio en una foto antigua.
Fueron demasiadas noches sin breteles. Hoy las palabras se arremangan, se visten de entrecasa y se alimentan de los restos que dejaron las goteras.
Es una suave lipotimia, algo así como una aparición que se condensa en el espejo con una mueca torpe y triste.
Es el traje de una novia bordado con puñales.
Todas aquellas nubes que esbozaron el tímido boceto de un instante no nos vieron con las manos anudadas, con las bocas ansiosas de salivas, con las piernas derramando sales.
Cada uno de los hilos de esta trama tiene una lógica que se parece al espanto. La línea es tan tozudamente recta. No puede torcerse ni con pinzas importadas ni con buenas intenciones.
Cada uno de los hilos que destejo apunta a diferentes direcciones. Son opuestos y me acercan a la esquina de quién sabe qué cosa inexistente.
La vida, el amor, se nos desploma.
Gozamos las fragancias que quisimos, inventamos un relato a medida, resistente a lágrimas y gritos. No nos acompañó la sutileza. Salvajes, instintivos, fuimos la apariencia de estaciones más felices.
Y es que esta sensación yo la conozco. Es repetida, no puedo confundirla con nada que se le parezca, escucho ruidos que me estrellan y las ganas de volver a romperme en mil cristales son tan inevitables como la distancia, la pérdida; son tan inútiles como las líneas de un telegrama que llega con tres días de atraso a la dirección equivocada.
Ya me voy, amor.
No quería hacerlo sin antes inyectarte este veneno rabioso que me invade.
La vida no es algo vivible. La vida aquí es imposible.
Me voy de vacaciones a Antofagasta. Si dios quiere vuelvo en 15 días.
Te dejo planchadas las camisas, del resto que se ocupe la chica de la limpieza.

tuya.

Rosita.