28.10.03

La gala de Sophie

Érase una noche de frío y hastío cuando hizo irrupción, cual saeta mal medicada, aquel emblemático soutién de Limoge.
Nadie (y cuando digo nadie me refiero a ningún ser vivo de esos que ululan y zigzaguean alrededor de la orbe), sabía a cuál bella doncella pertenecía aquel fetiche encajado.
Entonces se firmó el edicto:
“De ahora en más procederemos al pruebe del corpiño (a la madrugada), es decir que todas las señoritas agraciadas se me van poniendo en fila que yo les pruebo”
Firmado: El príncipe encantado de conocerla.

A partir de ese momento se armó una batahola infernal. Cientos de tetas de distinto alcance y frecuencia cahen d'ambers fueron encorsetadas, mas ninguna se ajustaba a las proporciones del soutién.
El Príncipe estaba desolado y consultó al Oráculo de Delfor, que en ese momento estaba fuera de servicio porque los data entry del reino le estaban cargando la información actualizada y algunos billetes de 100 morlacks y 24 centellius.
Cuando finalmente el príncipe pudo hacer su consulta, el Oráculo le dijo:
—La damisela está más cerca de lo que tú crees. Sólo tienes que desearla con ahínco. Recuerda, lo esencial es invisible a los ojos.
Inmediatamente, el Oráculo se convirtió en zorro y se fue con Bernardo, su fiel lacayo sordomudo, a combatir villanos, malhechores y gente de baja estufa y peor calandria.
El Príncipe se santiguó y continuó la búsqueda del seno adecuado, prometiéndose asimismo, no escurrir mentones, en señal de intento mártir luter size.
A los días, en un bello bosque de baobares encontró la piedra pómez de la alegría.
Al rato nomás divisó la imagen de una percanta de turgencias poderosas y habilidades ecuestres de peteribí que, de inmediato lo amuró en lo mejor de su vida.
Ahí nomás el príncipe palpó las vanguardias y de ella extrajo un papel maché en el que se estipulaba un poema que así decía:

"Vértigo alado el de tu piel mansa
Se me acornizan lo 'sojos' de sólo ver pa'bajo
Huele a trementina
Tililan azules las noches naranjas
y el borde de la tarde es filo helicoidal y bobo"


A su mente vino el recuerdo de aquella enseñanza oracular.
Siguió palpando y en la copa con la palma encontró la bebida segura.
Aquel pecho tan buscado era invisible a los ojos. Por ende, esencial de vainilla.

Y vivieron felices.