19.8.03

Destino fijo

Ella sube al auto sin destino fijo. El calor concentrado del mediodía abofetea todas las intenciones, el volante calcina sus manos al contacto y sólo con la yema de dos dedos es un poco soportable, intercambiándolas como si fueran pequeñas langostas, hasta que enfríe un poco.
Pasa un chico en bicicleta y la aguijonea con su mirada transpirada.
—Aqui está mi destino fijo —, piensa y le sonríe. Pone la marcha y acelera. Dobla por la calle Beethoven y observa, por el retrovisor una mancha blanca sobre una rueda, un poco lejos. Aminora la velocidad y la mancha se acerca.
Está casi a cuatro metros ya, pedalea con fuerza bajo ese sol de treinta cinco grados a la sombra, cuarenta y tres dentro del auto y cincuenta y ocho dando justo a la gorra blanca de su cabeza.
La sigue. Si continúa en esta velocidad diminuta, su voluntad podrá ponerse a la altura de su ventanilla. Acelera un poco y gira
en Felix Frías ganándole media cuadra, volviéndo al juego anterior.
Ella ama la velocidad, odia las bicicletas y los veranos de tardes sin destino fijo.
En Bustamante parece que lo ha perdido. Estaciona al 800, bajo ese sauce que siempre mira cuando pasa, pensando que, como ella, ese árbol ha nacido en el lugar equivocado.
Enciende un cigarrillo, coloca en el estereo una cinta vieja de Laurie Anderson que le dice: — ¿Quién es más macho? —
Piensa en la sombra del viejo Burroughs, ve el cartel de la remisería que está en frente ("dos viajes por uno")
Dos viajes, eso estaría bueno, en verdad, no uno sino dos, sin destino fijo, dos...
Mira por el retrovisor, pasa su dedo índice por la última de las cicatrices. La del menton, ésa de la noche en que cayó por la escalera y despues no recuerda.
El espejo le acerca una imagen que se acerca, distingue nuevamente la silueta acelerada.
Arranca, primera y sigue; segunda, veinte kilómetros por hora, treinta, el chico pone empeño en alcanzarla, parece venir a cuarenta, o poco más, se pone detrás del auto, está casi a medio metro.
Ella apoya el pie en freno, con violencia. El se estrella contra el paragolpe y cae.
Ella acelera, se aleja, ve por el retrovisor una mancha desparramada en el medio del asfalto.
Sigue adelante, la mancha se pierde, dobla en Potosí, sigue sin destino fijo.