17.8.03

Ábaco loco (sumas y restas refriting)

Desde el comienzo su historia parecía estar regida por un extraño sortilegio. Ritos que ella diariamente había inventado según el lugar o circunstancia. Ceremonias secretas, casi ingenuas que podían cambiar el sentido de su azar cotidiano.
Si la suma de los vagones del tren de carga (sin contar la máquina), que atravesaba el paso a nivel de la avenida, concluía en número par, entonces ése sería un día maravilloso donde las aventuras intensas y las grandes emociones se presentarían como hadas madrinas, para bendecir una existencia de pequeños matices grises, inalterables; para convertir su vida en algo más que un transcurrir inútil.
Si las baldosas de esa vereda, resultaban ser pares, seguramente éso sería un buen síntoma: "aquel con el que largamente soñaba, al fin pensaba en ella y esa tarde correría a su encuentro para juntos descontar el tiempo de lágrimas y silencio vertidos cada noche en su almohada."
Si los eslabones de aquel collar comprado en la feria, si los mosaicos del baño, si la cantidad de fósforos que quedaban en la caja, si aquellas personas esperando el colectivo, si los automóviles rojos que podía sumar desde la ventana del tren en el trayecto Darío-Lacroze...
Otras veces, cuando le ganaba la impaciencia por saber el destino de su suerte, acortaba el límite a sólo tres estaciones. Martín Coronado podía ser el lugar en que se develara su fortuna o su desventura.
Así como quien deshoja margaritas levemente, con la oculta esperanza de que el pétalo final coincida con el "me quiere"... así pasaban sus días
Pero las noches redescubría que nada extraordinario había ocurrido, que el pasar de las horas convertía su paso en una simple sombra desvaneciéndose.
En la soledad de su cuarto se prometía a sí misma, concebir una receta más efectiva, más certera: ya no contar árboles ni flores, porque debía haber algo, algo mejor, algo que le proporcionara la exactitud que necesitaba para afrontar el día que vendría, sin incertidumbres.
Estos eran los pensamientos anteriores al instante en que ingresaba en esa nada indefinida, en ese vértigo, en esa pérdida de tiempo y espacio, ese lugar donde sus sueños eran posibles, al menos por instantes.
A la mañana siguiente, volvía a sumar la cantidad de veces en que el locutor de la radio repetía la palabra "desde", y así todo continuaba y volvían las noches de los meses y los años.
Nada cambiaba y ella no encontraba aquel método infalible.

Una noche lo supo. Luego de dar mil vueltas en su cama se acercó al balcón de su piso doce pensó: - Si son pares, caigo, si son impares vivo. -
Contó las luces tenues que se dibujaban en las ventanas del edificio de enfrente. Repitió la operación una vez más por temor a equivocarse. No había dudas, eran pares.

Mientras su cuerpo liviano se integraba al aire y al vacío en una danza vertiginosa y violenta, un hombre decidía que ya era hora de dormir, cerraba su libro y apagaba la luz.