4.7.03

La baba en el cetro de Ión

(Capítulo I)

Hubo un día en que las caléndulas florecieron en sitios insospechados, los penachos se encabritaron y no hubo tisana ni mondadiente rebarbado conque darles.
Ese día, justamente, Amelio decidió que su vida no iba a ser ameboidal, sino algo grosso, trascendente, sublime.
Compró Nutrasweet y se inscribió en un gimnasio de la calle Grito de Ascencio, con el fin de lograr el valor y la fortaleza necesarias para lograr los fines determinados.
Al mes siguiente, a fuerza de dieta líquida y fierros, consiguió adelgazar varias libras. Se sintió fuerte, atractivo y poderoso como para elaborar un plan sesudamente meditado.
A la siguiente semana, lo puso en práctica, en lo que sería (lamentablemente para sus allegados), el comienzo del fin.


(Capítulo II)

Como suele suceder en cualquier historia que pretenda dejar algún tipo de enseñanza aleccionadora, contamos aquí con los ingredientes necesarios para ello.
1. Un perdedor decidido a salirse de un destino gris y mediocre
2. Un comienzo prometedor basado en un minucioso estudio del argumento a desarrollar
3. Acciones inmediatas que conlleven a un feliz o acertado descelance.
4. Efectos especiales
5. Buen manejo del suspenso y la intriga, condimento infaltable para hacer llevadero este relato verdaderamente apasionante.

Todo esto podrá verse plasmado con creces (aunque en su justa medida), en el próximo capítulo, dónde se develarán las verdaderas intenciones de Amelio y se palpitarán, junto a él, aventuras emocionantes que mantendrán al lector pegado a su butaca sensoround, durante horas... muchas.


(Capítulo III)

Cada una de las personas nacidas en este planeta están predeterminadas a un destino de grandeza. El que esto suceda o no, no es obra de la casualidad sino de la causalidad, le dijo a Amelio, aquella tarde, Laura I-Ching, una pitonisa del Once que, no sólo no era pitonisa sino que además practicaba la medicina ilegal curando de palabra problemas de melancolía pertinaz.
Amelio, entonces supo que debía construir su futuro por sí mismo, sólo debía encontrar el rumbo a seguir, era cuestión de tiempo y el éxito estaba asegurado.
Tiempo le llevó elucubrar el plan para una vida de gloria. Tiempo más le llevó hacer que ese plan fuese viable y simple, ya que, Amelio no contaba con los medios ni materiales, ni espirituales ni intelectuales como para pensar en secuencias más complejas que la de hacer una tostada y untarla con manteca para luego deglutirla.
Pero no fue tiempo en vano. El plan fue perfecto.
Constaba de tres fases:
a) Triunfaría en algo a definir
b) Se compraría una Cherokee, se casaría con alguien y formaría un hogar.
c) Disfrutaría del éxito en familia.

Tiempo le llevó saber cuál sería la fuente de su gloria, más no fue tiempo perdido.
Ese día en que las caléndulas endulzaban la tarde con el tenue fragor del perfume a óleo calcáreo, ése día Amelio lo supo y fue allí donde comenzó la gran carrera que (lamentablemente para sus allegados y lectores de ahora), no llegaría a buen puerto.


(Capítulo IV)

Y luego de la tarde en que las caléndulas ofrecían todo su menjunje, llegó la noche con su quietud y silencio. Amelio, tuvo la extraña sensación de que su próximo sueño sería revelador, marcaría un hito en su historia mediocre y vana.
aquellos años de infortunio creativo, de sinsabor circunflexo, estaban llegando a su fin.
Como en una cinta moebiuzada, se vió frente a una zona riesgosa, la incertidumbre y la extraña premonición: al despertar ya no sería el mismo.
El sueño le daría la clave como si de llaves mágicas que abrieran las puertas a todo lo inefable, se tratase.
Y Amelio soñó. Soñó con un sendero de arbustos enmarañados, con tinajas de barro repletas de aceitunas, con una fábrica de ukeleles, con una canción cuya letra era: "Vamos al campo a ver como sale el sol, buen vino dulce, montañas de miel, desoxidémonos para crecer...", con una bella mexicana llamada Asakhira y con un bibalvo que le reclamaba un premio por puntualidad y presentismo que "supuestamente", él le adeudaba.
Despertó sudoroso, emocionado y feliz. Se dijo a sí mismo: ¡Eureka!



(Capítulo final)


En la ducha siempre ocurren las ideas más brillantes, sin embargo a Amelio eso no le pasaba.
Terminó de afeitarse y se dirigió a la cocina con el fin de prepararse un suculento desayuno que consistía en: jugo de naranja, café con leche descremada y cuatro medialunas de grasa untadas con mermelada de zapallo.
Miró su reloj y pensó: "se me hace tarde, en lugar de caminar voy a tener que tomar el subte."
Eso hizo. Bajó en Callao, compró una bananita Dolca en el kiosco de siempre y entró al edificio donde estaba la oficina en la que trabajaba.
A las seis de la tarde, cansado, apagó la computadora y se restregó las manos.
Antes de volver a su casa pasó por Coto y compró un bife de chorizo, algunas verduras y papel higiénico.
Luego de la cena, prendió la tele y vió "La peluquería de Don Mateo"
Después se fue a dormir.

FIN