21.6.03

Cuentorto o Micro-regato


No podía recordar sus sueños. Sabía que sucedían, sin embargo, por esa sensación de lo perdido, un desasosiego silencioso que le lastimaba la mirada como un velo de espinas.
Algo así como esos olores que se piensan, pero no se perciben. Como las notas de una canción jamás escrita o los colores ámbar del daltónico.
Jugaba entonces a adivinar. Cerrando los ojos, arremetía a trompadas contra las sombras, buscando ese brillo, como desde el fondo de un vaso de tinto; huyendo por los pasadizos de la espera; corriendo por un puente sin cardinales, sin flechas orientativas ni cimientos.
Por las mañanas buscaba afanosamente: bajo la almohada, entre los cabellos que quedaban en el peine, en el reflejo del cristal que apuntaba directo a la visión, en el cajón de la mesa de luz, en una obsesión infructuosa, hasta el día en que pudo recordar el primer sueño de su historia y entonces el desconsuelo anterior se transformó en una pena mayor. Había empezado a desear y ahora debía aprender a aceptar lo imposible.