19.10.02

Cuando los días comienzan a no tener significado. No hay domingos ni hay viernes y lo que se acerca es sólo lo contrario a lo que quisieras, es mejor pegar la vuelta, mirar hacia un punto fijo que te deje atontada, boquiabierta, insensible ante las ansias y la espera.
Todo lo que hoy me conmueve, mañana será un recuerdo bueno o malo, algo que añoraré o detestaré en partes igualmente proporcionales.
Finalmente, todo pasa. Es inútil pensar que hay algo que puede trascender a la tonta manera de existir.
¿Qué sentido pueden tener los deseos, entonces?
El problema, el gran problema es que nos hicieron creer en historias de sapos y princesas.
En la religión, por lo menos nunca creí. Es algo que nunca estuvo instalado demasiado en mi razonamiento. Tal vez mis capacidades apuntaron hacia cosas aún más increíbles, o, posiblemente fui rebelde a ese tipo de imposiciones.
En cambio, los cuentos de hadas siempre me dominaron. Tuve fe en ellos desde Andersen en adelante. Y ésa es la gran joda. Sobre todo, la de darte cuenta de que los sapos son los que se comen cotidianamente, y lo peor es que, es demasiado tarde para siquiera aspirar a princesa, o a cualquier cosa más o menos bonita, porque todo, absolutamente todo, es lejano e inabarcable.
¿Será cuestión de asumir, entonces?
Asumir: esa horrible palabra por la que los sicólogos cobran fortunas y no pueden estafar a la gente que, como yo, como vos, todavía nos seguimos resistiendo, así nos cueste la infelicidad eterna, o la equivocada idea de que estamos para algo mejor que toda esta mierda.