4.3.02

Es cierto que la vida nos ha pegado varias patadas en el orto de diferente intensidad y con variadas consecuencias. Pero convengamos, también, en que a la hora del reparto de bifes, los nuestros no fueron ni más ni menos crueles que los del resto.
Nos quejamos porque somos seres miserables que creemos que el dolor arrastra alguna veta heroica y que algún día salvaremos a la especie con nuestro mocos y lamentos.
Pero, claro, la hipocresía tiene un filo muy visible y ejercer la facilonga siempre es la que está a nuestro alcance.
Así es que nos cagamos en las banderas que enarbolamos sin planchar, escupimos al cielo con la convicción de que el gargajo no nos alcanzará, perdemos todo vestigio de idea solidaria. Y, a la hora de hacernos las víctimas fatales, creemos que se nos debe todo, que la humanidad entera debe rendirnos pleitesía, simplemente porque somos unos pobres sufrientes, mártires desangelados escudados en “buenas, loables intenciones.”
Entonces puteamos al inventor del dios que da la espalda, le lloramos a la suerte perra y, a veces, hasta le mendigamos un poco de su amabilidad., pretendiendo que sacarla de la lista de morosos, de una vez por todas, luego de haber esquivado las cagadas consistentes, andando como sordos y a empujones.
La verdad es que no somos más que mierda pura, nosotros, los soberbios y grandiosos llorones
Por eso he decidido que no lloro más. A partir de hoy se acabaron los buenos, loables propósitos.
Por lo demás, todo bien. Un beso grande para Johny Deep, al que vi anoche y a quién cada día quiero más.